viernes, 20 de mayo de 2011

Veranografía personal

"La vida te da, y te quita, te quita, te quita" - una amiga le decía a la otra, cuando terminaba aquella jornada inusual en Punta del Diablo.

Y yo me pregunto ¿la vida te quita? No me parece. Yo creo que la vida da todo el tiempo, y uno elige, elige, elige. Estas chicas decidieron volver. Yo me hubiese quedado en el mencionado balneario. O no. No sé, no me gustan las situaciones hipotéticas.
A decir verdad, yo escribo, por lo tanto mi máximo placer se basa en crear situaciones hipotéticas. En fin...

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Hoy estoy acá, en la realidad x.  Y con z, y, r, s y t como universos paralelos (siempre hay que tener uno debajo de la manga, la cosa puede ponerse muy aburrida, monótona y rutinaria de a momentos) Pero érase una vez un verano en que nos matábamos haciendo anagramas, nos escurríamos los sesos encontrando palabras dentro de palabras. Las palabras son conceptos, un concepto dentro de otro concepto. (Y ésto es un concepto muy interesante si  reparás en él)

Ese verano pinté mucho. Dormía en acuarelas y mataba lienzos en blanco. Comprendí que amor no es sinónimo de exclusividad y que una persona íntegra puede amar al mundo sincera y profundamente. También descubrí que hay muy poca gente íntegra.

La Pedrera. Cabo ¿Paramos en La Paloma? ¿Para qué? Punta Rubia. Valizas. Uruguay total. Uruguay "nomá".  Medianoche y lunas naranjas trazadas con compás flotando sobre el mar; fuego, tambores, extraños ¡vida! Playa del Barco ¿no? ¿Para qué, si no sabés surfear?

Fue un verano de a dos, un verano con la gaia. Agasajábamos a extranjeros con una parrillada, y yo preparaba berenjenas saborizadas al fuego. Dormíamos afuera, adentro, sobre la hierba y bajo las estrellas. No dormíamos.  Todos descalzos, como un fetiche de Tarantino en su máxima expresión.

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Tarantino y Kusturica. Y Burton. Y Alex de la Iglesia. Terminaba el verano cuando  hice canje con unos ojos azules que me hablaban de LaChapelle.  Nos volvimos locos. Tanto zoom y tanto flash externo me perdió en el tri - luces del paraguas. Imposible estar inmóvil. Se fue otra botella de vino, pero la foto nunca terminó de gustarme.

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Nos encontramos de vez en cuando a tomar una, y a veces, nos morimos en la promesa del reencuentro. Los hongos de fondo nos quedaban bien. Se perdieron las figuras en los colores.

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La Leonetti llegó de Baires y reventamos la tarde en Plaza Independencia. ¿Viste que hay dos arco iris?  ¿Cómo sería el plural de arco iris? ¿"Arcos iris" quedaría bien?  Más tambores, mate y rambla.  Cámara en mano, siempre.
Se fue y no la he vuelto a ver.

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Aquel verano me escapé yo. Dejé todo y me fui a Arenas Verdes, al otro lado del charco, porque otros ojos de mar así lo merecían. Los tragos, los excesos, el mar agitado en un día de tormenta; el sol, la insolación, la feria hipilla tan clichè de todos los balnearios. Tantas historias, tantos veranos, tan poco tiempo para contarte de mí.

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Nos hicimos los europeos y nos íbamos en tren a todos lados, nos parecía muy piola aquello del tren. Nosotros, sudacas muy subdesarrollados, nos maravillamos con esos espejos de colores que chocaban entre sí componiendo melodías extrañas.
Desde entonces, nunca más viajé en tren.

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Estaba rubia o pelirroja; pero no estaba castaña. Tomamos mate abajo de un muelle. Hicimos refuerzos con mortadela y era la gloria. La tabla de surf ofició de mesa y la guitarra casi se hizo fogata. Clásico: las havaianas son arcos y Rodrigo casi me parte la nariz mientras intentaba marcarlo: un cinco vs. cinco que quedó para la historia. Y entre gol y gol vimos el amanecer.

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Me había tatuado a escondidas de mis padres, estando yo en Buenos Aires. Aún era menor de edad. Una mariposa en el omóplato izquierdo.
Fue por esa época que decidí dejarme las rastas. Me hice un piercing en la nariz y no tuve suerte: hasta el día de hoy se me nota la cicatriz que me causó la infección.
Pero ese verano curtimos Punta del Este: Leti, Isa, Vero, Tincho, Xabi, el Leo y yo. ¡Qué ojazos verdes tenía  el Leo!
Tincho preparó la mejor tortilla española - posta, posta- de la Historia y después de la cena, nos jugamos los últimos 500 mangos en el Casino. Salimos victoriosos y compramos cerveza, Martini y Vodka para el resto de la semana.
Ahora, un clásico de los boliches del puerto puntaesteño (si usted tiene más de veinticinco pirulos y ha estado en Punta, sabe de qué le hablaré): ir de Viejo Jack a Moby Dick saltando del balcón de uno al balcón de otro.  Isa y yo dábamos cátedra, de puras y tremendas ratas.
Dato (no tan) curioso: tampoco tuve éxito con las rastas. No soporté la parafina, ni el olor a quemado, ni el no bañarme.  Pero el tiempo ha pasado; supongo que hoy en día  debe haber una técnica más eficaz (e higiénica) de tener rastas.
Se me piantó el lagrimón: de los amigos que nombré, sólo uno aún vive en Uruguay. Los demás emigraron. Pero Leo se quedó, y se quedó en Punta del Este. Y eso me hace feliz.


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Era neo - hippie. Tenía el pelo muy lacio y por los codos. Ese fue el verano roller en la rambla de Punta del Este. Usaba un  gorro de jean con un enorme girasol en la frente y mis ropas eran un Kandinsky.  Isa y yo nos poníamos los rollers con todos los chiches complementarios (léase: muñequeras, coderas, rodilleras)  y de ahí a la rambla. De la rambla al puerto. Del puerto a la gloria.
Un atardecer anaranjado conocí a un brasileño cuyo nombre aun recuerdo. Nos sentamos en la arena y homenajeamos a Caetano Veloso en un guitarrazo.
Ese verano descubrí que las miradas tienen tanta fuerza como la gravedad.

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Hay muchos más veranos, muchas más lunas y muchos más soles. ¡El tano Guido y yo practicando tiro al blanco en José Ignacio! Guido me enseñó la diferencia entre pistola y revolver (básicamente, la primera tiene un cargador de  por lo menos seis proyectiles y el segundo se recarga de tiro en tiro... si no mal recuerdo)
Guido era pintor y escultor. Siempre me ha fascinado el hombre arte, el hombre idea, el hombre que crea.  Pero no me enamoro del hombre, sino del arte, de la idea, de la creación. Ese es el problema.
Para no olvidar: el holandés Van Bikker. Fue en un McDonald's de Punta del Este. Él me enseñó lo que significaba el término "wanker" (hasta entonces mis insultos en Inglés eran muy limitados)
Qué guapo era, qué guapos fueron todos.

Este verano voy por el Sol. Hacia el Sol, hacia el puto Sol (y el remate sólo lo entenderán eruditos)

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