domingo, 8 de mayo de 2011

Lunes

-          Tres veces – Macarena miró a Estefanía sintiendo vergüenza de su confesión - ¿qué hago? ¿dejo de dormir? ¿O es mejor que este tipo siga floreciendo en mi cabeza y no en este plano? Tres veces, Tef.
-          Lo ideal sería ahuyentarlo de todos los planos ¿no te parece?
-          ¿Lo ideal? ¡Lo ideal sería no haberlo conocido jamás! Más allá de Francisco; ésto nada tiene que ver Francisco.
-           Vaya que no lo tiene…

Las amigas rieron y se miraron con una complicidad diferente a la de siempre. Estefanía se puso su morral y se fue de la mano de una excusa improvisada. Conocía a Macarena hacía más de diez años, y sabía que necesitaba estar sola.

Macarena no se calzó, ni se vistió tras la partida de su amiga. Quedó tal cual la había recibido: con su larguísima camisola de dormir y en pantuflas; despeinada y con una taza de café que ya estaba frío entre los muslos.  No quería volver a dormir. No quería volver a soñar con ese hombre que no era su novio – al que tanto amaba- por cuarta vez en el domingo.

Mateo era su Gerente General en el trabajo y era exactamente ese tipo de personaje por el que ella se sentía irresistiblemente atraída, mas sabía que no traería nada que no fuese vergüenza, dolor y espejos de colores a su vida. ¡Se había involucrado tantas veces con distintas variantes de Mateos! No iba a arriesgarlo todo ahora, no con Francisco a su lado. Por primera vez en su vida tenía estabilidad amorosa y alguien que la valoraba y respetaba tal como era.

Se despertó feliz. Todo inspiraba felicidad: el desayuno apurado, la ducha fría por haber olvidado enchufar el calefón, el viaje a la oficina parada por cuarenta minutos en ómnibus. Todo era felicidad. Mateo entraría por la puerta en algún momento, sacudiendo una melena castaño clara y desarreglada,  con ojeras que resaltaban sus titilantes ojos marrones (y evidenciaban la noche anterior) sin intentar disimular las arrugas de su camisa ni cuán deshilachados estaban sus jeans, sonriendo burlona y seductoramente mientras planteaba el objetivo semanal. ¿Por qué no habría felicidad en todo?

Macarena se detuvo en medio de la calle. Francisco la estaba llamando –como todas las mañanas  y a la misma hora de siempre – por el celular.

-          Amor ¿ya estás entrando a la oficina? ¡Feliz segunda semana en Eissenberg & Tumes!
-          Gracias… lo decís como si estuviese trabajando para Donald Trump. 
-          Con vos a cargo de Logística, Trump pronto parecerá un amateur, hermosa.
-          Amor…
-          Sí, sí. Ya sé. Me puse la corbata de seda que me regalaste con el Armani gris. Tengo tres reuniones importantes hoy.  ¿Cómo estoy?
-          Yo tengo buen gusto, amor. Si es por mi elección de corbata, serás el Ingeniero estrella del proyecto – contestó Macarena, y en cada palabra pronunciada había desinterés y vacío mezclados con una ansiedad indescriptible por llegar a su oficina y ver a Mateo.
-          ¿Sabés dónde dejé la gomina?
-          ¿Cómo voy a saberlo, amor?

Dos cosas sucedieron al hacer esta pregunta. La primera, Macarena ya se encontraba en las puertas de Eissenberg & Tumes, justo antes de que empezase a llover. La segunda epifanía era escalofriante. No sabía dónde estaría la gomina, ni el perfume, ni los lentes de su novio. No podría saberlo. Hacía una semana que una mentira y otra ayudaban a Macarena a evadir el apartamento de Francisco, al menos por las noches, durante las cuales prefería estar a solas en su dormitorio de la casa familiar. Los novios se despidieron y la joven subió al ascensor.

-          ¡Vos, la nueva! ¡A vos te esperaba!
-          Macarena Zokolovich, Mateo. No seas malo ¿por cuánto tiempo más seré “la nueva”?
-          Serás la nueva mientras no haya más ingresos – Mateo río y le pasó un mate, casi como un pedido de disculpas que Macarena aceptó.
-          ¡Gerencia  General y Logística, reunión, en diez minutos, en mi oficina! – gritó Mateo, dirigiéndose a Recepción con el celular en mano.
-          O sea vos y yo veinte minutos antes de la hora de entrada. ¿Cómo sabías que llegaría temprano? – preguntó Macarena, mientras fantaseaba una respuesta del estilo “porque me he fijado como cada día has llegado casi media hora antes que el resto de la oficina, sonriendo, maquillada y en taco aguja. Yo también te busco con la mirada como vos me buscas a mí”
-          Porque los nuevos hacen buena letra – contestó Mateo, perdiéndose en un montón de documentos.

La oficina era amplia e iluminada artificialmente. No había ninguna clase de decoración en ella, sólo un trípode para gráficos y una enorme pizarra en blanco. Era lunes, evidentemente.

Mateo se sentó al lado de Macarena. Mientras mostraba unos archivos desde su laptop y comentaba la proyección en comparación al mismo lapso del año anterior, sus piernas se rozaban debajo de la mesa. Macarena era profesional; y obvió sus nervios, delirios y deseos mientras argumentaba su análisis personal.

-          ¿Más mate?
-          Sí… no quiero tener cara de “ya estoy trabajando” cuando lleguen los demás.
-          Me gusta tu estilo, nueva. Analizas las cosas a través de los mismos lentes que los analizo yo.
-          ¡Qué oda al ego! ¿Soy buena porque hago mi trabajo como lo harías vos?
-          Y… los talentos de uno son los talentos de uno, ¿no te parece?

Al decir ésto, Mateo apoyó su mano derecha en la rodilla de Macarena, quien sucumbía con disimulo y ambigüedad: deseaba poder correr la pierna, mostrarle una mala expresión, demostrarle que semejante acto era erróneo e inapropiado. Pero no podría hacerlo. De hecho, ya era tarde para evitar un beso apasionado, para impedir el desplazamiento de la mano de Mateo a lo largo de sus muslos, para sortear el desabroche de botones.

Macarena no podía creer cuán inmóvil e indefensa se mostraba ante el hombre con el que había soñado tantas veces. No lo detuvo, pero tampoco alimentó el momento.  Su pasividad no se debía a sensatez ni a falta de deseo; sino a terribles sentimientos de culpa que sabía la acompañarían por años. 

En la obnubilación de la pasión, la Directora de Logística no capturó el instante preciso en que fue congelada sobre el escritorio, no supo cómo su falda llegó a su cintura ni cómo podía ver en el piso, justo debajo de la pizarra, su ropa interior, intuyendo así que su sexo se encontraba a la vista del Gerente General de Eissenberg & Tumes, expectante,  hambriento, húmedo y entreabierto.

Mateo bajó sus pantalones a la velocidad de la luz y separó las piernas de la Macarena a una distancia que fuese cómoda para su pelvis. Cuando su pene erecto penetró en la joven, ésta procuró no hacer ruido ni movimiento alguno, procuró no hacer nada que acrecentara  su culpa – y, sin dudas, expresar todo ese placer que sentía mientras Mateo se movía incesante y mecánicamente dentro de ella era culpa de la más pura.

Ni siquiera lo abrazó. Los amantes se sostenían unidos sólo porque Mateo apretaba fuertemente la cadera de Macarena con una mano y uno de sus pechos desnudos con la otra. Él, a diferencia de ella, exteriorizaba con gestos y jadeos todo el goce que sentía al penetrarla y se mostraba indiferente a la inexpresión de Macarena.
Un suspiro abierto y prolongado marcó el final del acto. No obstante, Mateo quedó unos segundos dentro de Macarena y mientras besaba su cuello, le preguntó cómo se sentía.  Sin embargo no tuvo tiempo para prestar atención a la respuesta, si es que la hubo.  Salió de ella con su sexo empapado que limpió con pañuelos descartables. Tomó la ropa interior de Macarena y se la alcanzó sin mirarla a los ojos. De haberlo hecho, hubiese notado las lágrimas que corrían por sus mejillas, negras de rímel, delineador y culpa, mucha culpa.  Se retiró de su oficina señalando el reloj, apurando el teatro, la ficción,  la apariencia: el “acá no ha pasado nada”.

Estefanía descendía del ómnibus cuando atendió el celular. Escuchó a Macarena entre sollozos, de voz perturbada, irreal y picaresca. 

-          Cuatro veces, Tef. Cuatro veces. 

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