Nunca compartí mucho eso de que los ancianos son más sabios. En lo personal, creo que son los niños nuestros eternos modelos a seguir. Ellos sí saben vivir, sí saben disfrutar.
De adultos, perdemos nuestra capacidad de asombro y menospreciamos lo simple. Nos asquea el chiste fácil, nuestro comportamiento se torna protocolar y adaptado, adquirimos los sentidos de la vergüenza y la obligación hasta convertirnos en esta cosa políticamente correcta y extremadamente aburrida.
Cambiamos el miedo al cuco por el miedo a la inseguridad, a la inflación, a no llegar a fin de mes, al compromiso, al SIDA, a los hijos no deseados, a la posible inestabilidad política, a que me descubran una infidelidad, a que me sean infiel, a la guerra, al terrorismo, a las enfermedades, al 2012.
Los niños comen lo que quieren, nos les importa estar gordos, o flacos, o tener caries.
Los niños dibujan aunque no sean particularmente buenos, porque no logran concebir esa mierda que es el exitismo.
Los niños son tan sanos que desobedecen a rajatabla. Crecemos y aprendemos a callarnos y bajar la cabeza.
Cuando éramos niños, al pelearnos con alguien no lo invitábamos a nuestro cumpleaños. Le dejábamos de hablar. No nos sentábamos a su lado en clase. Pero ahora somos grandes, y como buenos grandes, somos hipócritas. Nos ha sentado de maravilla eso de sonreír mientras escondemos el serrucho.
Cambiamos al Ratón Pérez por un dios mala onda que sólo promete castigos si tenemos el tupé de poner su existencia en tela de juicio.
Nos daban caramelos y era la gloria. Pero ahora somos grandes, no tranzamos por menos de un Blackberry, y lo dulce ha perdido la magia. La magia, por su parte, ha perdido lo dulce.
Aquí estoy yo, en este abismo absurdo rodeada de adultos. Ellos creen que "tomarse la vida en serio" es sinónimo de amargura. Ellos usan el término "infantil" como un insulto. Ellos no se animan a soñar ni a cantar solos por la calle. Ellos prefieren el prejuicio a la sorpresa. Ellos creen que ser responsables es preocuparse por problemas que no tienen solución. Ellos, los adultos, esconden sus "líneas de expresión" con cremas y botox. Supongo que no quieren reflejar que hace mucho dejaron de expresar.
Yo envejezco, pero no crezco. Y me gusta que sea así, porque nunca oí de niños suicidas. Pero en el fondo, sé que soy una de ellos. Y pocas cosas me entristecen tanto.
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