jueves, 10 de octubre de 2013
De Juan Carlos
Hace un generoso pedazo de tiempo (porque yo pienso en el tiempo así, como algo de lo que se pueden arrancar pedazos, y se puede hacer pedazos) que quiero escribir sobre Juan Carlos.
No hay nada más uruguayo que el gran Juan Carlos Onetti. Siempre he dicho que hasta los extranjeros de Onetti son uruguayos: cabizbajos, quejosos, un poco tristes y un poco todo lo demás. Y no hay nada más onettiano que fumar en la cama, pero no es el cigarro que sucede al sexo, es el cigarro que antecede a la Muerte (o a la Vida misma, depende de dónde se mire)
Sería de una soberbia enorme de mi parte hacer un repaso por la literatura de Onetti (O’Nety, como él mismo cuenta o inventa o ambas) porque contrariamente a lo que se nos ha hecho creer, no es fácil leer al caballero de Santa María. Es un autor complejo, no evidente, requiere re – lectura, concentración y una voluntad del carajo.
Onetti, un autor esencial de la literatura latinoamericana, no terminó el segundo año del liceo (secundario) y se coloca así en las antípodas de Jorge Luis Borges (el erudito) quien, según afirman las malas lenguas, no quería nada – pero nadita- a nuestro Juan Carlos. Sea como fuere, ambos ganaron un Cervantes y se colocan, desde un punto de vista muy personal, junto con Mario (Vargas Llosa) y Julio (Cortázar) como cuatro escritores de lectura obligada que, quien no los haya leído, puede que no haya vivido realmente.
Juan Carlos Onetti pasó sus últimos años tirado en un lecho madrileño, fumando por supuesto, y añorando a su manera aquel Montevideo en el que había sido feliz pero que, como él, había cambiado.
Onetti, el lúgubre, el tímido casi antisocial, el negativo, el original, el íntimo, el eterno pesimista, reconocería, con mucha lucidez y razón: ‘yo soy inmortal en la Literatura. No pueden matarme’
Con ustedes, el maestro: http://www.youtube.com/watch?v=24ghaejzvVY
viernes, 4 de octubre de 2013
De tus necesidades
Para vos, que tomas lo que necesitas de mí
y luego te vas
me sonrojo, sí, vergüenza me da
gritarle al mundo, admitir
que estoy rogando a los cielos
que pronto, muy pronto
necesites algo más.
y luego te vas
me sonrojo, sí, vergüenza me da
gritarle al mundo, admitir
que estoy rogando a los cielos
que pronto, muy pronto
necesites algo más.
lunes, 30 de septiembre de 2013
Poema Nro. 6
Del beso que agita el alma y provoca
arrancando las pieles de las noches sin luna
navegando los mares de tu ausencia y delirio
impidiendo, si acaso, amarte o amarte menos
está el deseo que muere y renace
la vida entera que estoy dispuesta a darte.
arrancando las pieles de las noches sin luna
navegando los mares de tu ausencia y delirio
impidiendo, si acaso, amarte o amarte menos
está el deseo que muere y renace
la vida entera que estoy dispuesta a darte.
Porque te quiero
Te guardo muy dentro de mí
ahí nomás, cerquita de mi alma
de mis huesos
para tenerte cuando te vayas
para besarte en el olvido
para cuidarte de todo y todos
de mí y de vos mismo
para sangrar tu sangre
y llorar tus penas
y recoger tus fuerzas
o darte las mías propias
para no despedirte nunca
para no faltarte jamás
para gritarte a veces
para quererte siempre.
ahí nomás, cerquita de mi alma
de mis huesos
para tenerte cuando te vayas
para besarte en el olvido
para cuidarte de todo y todos
de mí y de vos mismo
para sangrar tu sangre
y llorar tus penas
y recoger tus fuerzas
o darte las mías propias
para no despedirte nunca
para no faltarte jamás
para gritarte a veces
para quererte siempre.
domingo, 29 de septiembre de 2013
Molestia
Tenés mi poesía, hombre
que nunca leíste y quizá ya nunca leerás
tenés mi cuerpo en tu cama
mis manos en las tuyas
mi cabeza en tu pecho
mi puño y letra
mis secretos y confesiones
mi locura desmedida
mi deseo de tenerte dentro de mí
mi lengua por tu espalda
mi amistad, mi lealtad, mis verdades
mi temperamento agitado
tenés mis gemidos
y mi humedad en tus sábanas
tenés mis silencios
y buena parte de mis palabras
y no me molesta, amor,
que de vos no tenga nada
pero me molesta, y no es poco
que ni siquiera me moleste.
que nunca leíste y quizá ya nunca leerás
tenés mi cuerpo en tu cama
mis manos en las tuyas
mi cabeza en tu pecho
mi puño y letra
mis secretos y confesiones
mi locura desmedida
mi deseo de tenerte dentro de mí
mi lengua por tu espalda
mi amistad, mi lealtad, mis verdades
mi temperamento agitado
tenés mis gemidos
y mi humedad en tus sábanas
tenés mis silencios
y buena parte de mis palabras
y no me molesta, amor,
que de vos no tenga nada
pero me molesta, y no es poco
que ni siquiera me moleste.
De tu pregunta.
¿Que qué me pasa? ¡Vaya pregunta!
Me pasa que no sé si armarme de coraje y ser fiel a mi orgullo,
y exigirme en tu cama, en tu piel y en tu alma
ya que si no me dieras eso, más prudente sería
que no me dieses nada
o, en cambio, jugar tu juego y tenerte apenas
cuando vos me quieras
cuando vos me llames
cuando a vos se te antoje
cuando no tengas nada excepto a mí.
Me pasa, mi amigo, que te quiero
y puede que te quiera mucho, demasiado
y puede que, tal vez, esperar tus besos me agote
y buscarte me duela
y esperarte me aburra
pero irme me asuste
porque no quiero irme realmente
sino que quiero quedarme
pero quiero, mi amigo,
que quieras que me quede.
Me pasa que quiero poner el mundo a tus pies
y a mi corazón en tus manos
y a mi lengua en tu boca y tus labios.
Me pasa, mi amigo, que por poco te amo.
Me pasa que no sé si armarme de coraje y ser fiel a mi orgullo,
y exigirme en tu cama, en tu piel y en tu alma
ya que si no me dieras eso, más prudente sería
que no me dieses nada
o, en cambio, jugar tu juego y tenerte apenas
cuando vos me quieras
cuando vos me llames
cuando a vos se te antoje
cuando no tengas nada excepto a mí.
Me pasa, mi amigo, que te quiero
y puede que te quiera mucho, demasiado
y puede que, tal vez, esperar tus besos me agote
y buscarte me duela
y esperarte me aburra
pero irme me asuste
porque no quiero irme realmente
sino que quiero quedarme
pero quiero, mi amigo,
que quieras que me quede.
Me pasa que quiero poner el mundo a tus pies
y a mi corazón en tus manos
y a mi lengua en tu boca y tus labios.
Me pasa, mi amigo, que por poco te amo.
lunes, 23 de septiembre de 2013
De mis capacidades.
Yo puedo, relativamente fácil, cuando quieras, sin presión ni apuros, poner el alba a tu nombre.
Puedo también, como quien no quiere la cosa y disimuladamente, dejar morir mis labios en los tuyos para siempre.
Puedo yo asimismo, y ojalá vos quieras que yo pueda, ser tu abrigo, tu voz, tu pulso, tu paisaje.
Yo puedo bajar mi guardia, mis escudos, mis defensas y toda mi seguridad emocional en pos de que me creas cuando te digo que yo puedo.
Yo puedo, mi amigo, si sólo me abrieses un poco la puerta y con miedo a que me malinterpretes... ¡qué va! Sin vergüenza alguna ¡yo puedo amarte!
Puedo también, como quien no quiere la cosa y disimuladamente, dejar morir mis labios en los tuyos para siempre.
Puedo yo asimismo, y ojalá vos quieras que yo pueda, ser tu abrigo, tu voz, tu pulso, tu paisaje.
Yo puedo bajar mi guardia, mis escudos, mis defensas y toda mi seguridad emocional en pos de que me creas cuando te digo que yo puedo.
Yo puedo, mi amigo, si sólo me abrieses un poco la puerta y con miedo a que me malinterpretes... ¡qué va! Sin vergüenza alguna ¡yo puedo amarte!
Promesa.
No te vayas hoy
no te vayas por ahora
no te vayas, si acaso, nunca.
No te vayas de mi vientre
y no me iré de tu pecho,
no te vayas de esta boca que te nombra.
No te vayas de mi tiempo
de mis espacios infinitos
ni de mi lengua libre que te busca.
No te vayas, compañero,
de mi ombligo ni de mis senos
ni de las sábanas que nos convocan.
No te vayas, amigo,
que aunque estés roto te quiero
y que tus manos, antes vacías, ahora tienen las mías
y tu tristeza con mi amor se cura.
No te vayas, compañero, que planeo dejarte como nuevo.
no te vayas por ahora
no te vayas, si acaso, nunca.
No te vayas de mi vientre
y no me iré de tu pecho,
no te vayas de esta boca que te nombra.
No te vayas de mi tiempo
de mis espacios infinitos
ni de mi lengua libre que te busca.
No te vayas, compañero,
de mi ombligo ni de mis senos
ni de las sábanas que nos convocan.
No te vayas, amigo,
que aunque estés roto te quiero
y que tus manos, antes vacías, ahora tienen las mías
y tu tristeza con mi amor se cura.
No te vayas, compañero, que planeo dejarte como nuevo.
jueves, 5 de septiembre de 2013
La madre
A la vuelta del hotel en el que se hospedaba Jorge, Constanza había instalado un puesto ambulante de flores. Hacía sólo dos meses se había dedicado exclusivamente a la venta de frutos rojos. Antes de eso, si la memoria no me falla, su negocio era la comercialización de colgantes de alpaca. Había incluso vendido pollitos, y siempre allí, en el mismo puesto ambulante. Lo cierto es que ahora era florista, y a Jorge le gustaba que fuese florista.
Jorge se sentía extraño en aquel Montevideo luego de su vida en Europa. No, no era europeo, en absoluto, pero lo cierto es que tampoco era uruguayo. De paso por Uruguay, y solamente por negocios, no tenía siquiera una casa a la que ir, viéndose obligado a morir en hoteles de dos o tres estrellas.
Este hotel en particular, sin embargo, se le antojaba pintoresco, parisino. Todo por Constanza, la ahora florista de ojos verdes.
Tan cautivado estaba Jorge por la florista que, siguiendo el consejo del recepcionista y dueño del hotel - a saber 'apurate antes de que se le dé por vender mates' - inventó una madre muerta. La madre de Jorge, Esmeralda, vivía a las afueras de París con su amante inglés, y ambos se dedicaban a la cría y venta de caballos, pero, a efectos de esta historia, Esmeralda estaría muerta y Jorge jamás pudo superar su partida. Tanto era así, que todos los días compraba flores a Constanza y las arrimaba, acongojado, a la inexistente tumba de su progenitora, allá por Cementerio Central.
A la tercera compra y conversación mediante, Jorge y Constanza quedaron en tomar un café al regreso del cementerio, con el debido respeto, claro está. Iniciaron pronto un fogoso romance, de esos que tienen los jóvenes y no cincuentones como Jorge - treinta años mayor que su cortejada, a todo ésto - pero Jorge jamás, ni un sólo día, dejó de comprar flores a Constanza. Nunca permitía que la florista le regalase un clavel, pagaba por cada flor, cada pétalo y cada espina. 'Que el amor es una cosa y los negocios son otra', decía.
Pasaba de a dos a tres horas en el Cementerio Central. Se sentía lleno de dicha por tener a una hermosa y joven florista de ojos verdes, uruguaya hasta la médula, como amante. No recordaba la última vez que tuvo a una exquisitez semejante en su cama: aquella trigueña, de pechos pequeños pero firmes, de pezones endurecidos y evidentes, de estrecho sexo juvenil se fue convirtiendo en su fortuna, en su único tesoro.
Pasaron los meses y contra todas las predicciones, Constanza continuó en el negocio de las flores ¡ahora hasta rosas azules vendía! Jorge había hecho todo tipo de malabares para extender su estadía en Montevideo, aquella, su ciudad. Estaba considerando incluso alquilar algún apartamentito, ¿en Buceo quizá?Sí, allí Constanza tendría otro cementerio y duplicaría su venta de flores con puestos clave frente a dos cementerios clave. Él la ayudaría y pagaría incluso el salario de algún empleado que pronto sería necesario. Lo tenía todo pensado, era algo que estudiaba a diario en sus visitas al Central.
Cierto día, Jorge volvió más temprano del cementerio, apenas si había estado media hora. Su mundo colapsó al ver a la florista a los besos con un veinteañero que subía a un coche deportivo, último modelo.
Constanza no hizo demasiado para arreglar la situación: se excusó, y mucho lo sentía pero estaba enamorada de Felipe, 'que siendo incluso mucho más joven que vos, Jorge, no es un hijito de mamá como vos, Jorge, que llorás todos los días a una madre muerta hace cinco años, que yo no, Jorge, que yo no quiero ser tu madre, yo quiero ser tu mujer ¡y qué mujer que soy, Jorge, date cuenta! Así ninguna te aguantará mucho, Jorge'.
El recepcionista, dueño de hotel y otrora consejero amoroso e informante, encontró a Jorge muerto en su habitación. Se había volado los sesos en el minúsculo baño, empapando en sangre espejos y azulejos.
Dejó una notita, como todo cobarde, que muere con palabras en la garganta. No podía, no concebía la vida sin Constanza, que, por fresca que fuere, era todo lo que tenía. 'Y que menos mal que mamá, santa ella, está muerta, salvándose de haber conocido así a tremenda arpía, que hizo de mí un suicida'.
Jorge se sentía extraño en aquel Montevideo luego de su vida en Europa. No, no era europeo, en absoluto, pero lo cierto es que tampoco era uruguayo. De paso por Uruguay, y solamente por negocios, no tenía siquiera una casa a la que ir, viéndose obligado a morir en hoteles de dos o tres estrellas.
Este hotel en particular, sin embargo, se le antojaba pintoresco, parisino. Todo por Constanza, la ahora florista de ojos verdes.
Tan cautivado estaba Jorge por la florista que, siguiendo el consejo del recepcionista y dueño del hotel - a saber 'apurate antes de que se le dé por vender mates' - inventó una madre muerta. La madre de Jorge, Esmeralda, vivía a las afueras de París con su amante inglés, y ambos se dedicaban a la cría y venta de caballos, pero, a efectos de esta historia, Esmeralda estaría muerta y Jorge jamás pudo superar su partida. Tanto era así, que todos los días compraba flores a Constanza y las arrimaba, acongojado, a la inexistente tumba de su progenitora, allá por Cementerio Central.
A la tercera compra y conversación mediante, Jorge y Constanza quedaron en tomar un café al regreso del cementerio, con el debido respeto, claro está. Iniciaron pronto un fogoso romance, de esos que tienen los jóvenes y no cincuentones como Jorge - treinta años mayor que su cortejada, a todo ésto - pero Jorge jamás, ni un sólo día, dejó de comprar flores a Constanza. Nunca permitía que la florista le regalase un clavel, pagaba por cada flor, cada pétalo y cada espina. 'Que el amor es una cosa y los negocios son otra', decía.
Pasaba de a dos a tres horas en el Cementerio Central. Se sentía lleno de dicha por tener a una hermosa y joven florista de ojos verdes, uruguaya hasta la médula, como amante. No recordaba la última vez que tuvo a una exquisitez semejante en su cama: aquella trigueña, de pechos pequeños pero firmes, de pezones endurecidos y evidentes, de estrecho sexo juvenil se fue convirtiendo en su fortuna, en su único tesoro.
Pasaron los meses y contra todas las predicciones, Constanza continuó en el negocio de las flores ¡ahora hasta rosas azules vendía! Jorge había hecho todo tipo de malabares para extender su estadía en Montevideo, aquella, su ciudad. Estaba considerando incluso alquilar algún apartamentito, ¿en Buceo quizá?Sí, allí Constanza tendría otro cementerio y duplicaría su venta de flores con puestos clave frente a dos cementerios clave. Él la ayudaría y pagaría incluso el salario de algún empleado que pronto sería necesario. Lo tenía todo pensado, era algo que estudiaba a diario en sus visitas al Central.
Cierto día, Jorge volvió más temprano del cementerio, apenas si había estado media hora. Su mundo colapsó al ver a la florista a los besos con un veinteañero que subía a un coche deportivo, último modelo.
Constanza no hizo demasiado para arreglar la situación: se excusó, y mucho lo sentía pero estaba enamorada de Felipe, 'que siendo incluso mucho más joven que vos, Jorge, no es un hijito de mamá como vos, Jorge, que llorás todos los días a una madre muerta hace cinco años, que yo no, Jorge, que yo no quiero ser tu madre, yo quiero ser tu mujer ¡y qué mujer que soy, Jorge, date cuenta! Así ninguna te aguantará mucho, Jorge'.
El recepcionista, dueño de hotel y otrora consejero amoroso e informante, encontró a Jorge muerto en su habitación. Se había volado los sesos en el minúsculo baño, empapando en sangre espejos y azulejos.
Dejó una notita, como todo cobarde, que muere con palabras en la garganta. No podía, no concebía la vida sin Constanza, que, por fresca que fuere, era todo lo que tenía. 'Y que menos mal que mamá, santa ella, está muerta, salvándose de haber conocido así a tremenda arpía, que hizo de mí un suicida'.
viernes, 30 de agosto de 2013
Del que esperaba.
Detrás de la cerca viva, y un poco hacia la derecha, cruzando el bajísimo portón de metal, una vez recorrida la callecita de adoquines que moría en su acera, estaba él, por supuesto.
Eran los primeros días de un verano, no importa cuál, y las finas texturas cubrían lo imprescindible. El viento movía mi vestido de bambula a su antojo, descubriendo mis muslos o colocando entre ellos la falda del mismo.
Imaginaba, sin extrañar, Montevideo. Intentaba adivinarlo como si nunca hubiese vivido allí, como si sólo hubiese visto alguna vez una foto y el resto bien podía ser un antojo mío. A mis pies estaba Londres, imponente, arrolladora, avasallante y de a momentos, tranquila.
A mi regreso de París, mi gran miedo era precisamente haber olvidado el camino a su casa, pero todo seguía intacto: mi memoria, las calles, el parque, la cerca viva, el portón de metal, la callecita de adoquines, su acera y su guarida - con otro portón de metal, pero alto e intimidante.
Otra vez, Montevideo. Pensaba dónde sería aquello que me rodeaba si estuviese en Montevideo. ¿Carrasco? ¿Prado? Podía ser el Prado inmediato a Millán o a Suárez, con clara intención de convertir al Botánico en ese parque londinense que acababa de cruzar.
Sí, Millán podía ser High Street Kensington, tan a la izquierda ahora de mí. Podía ser, pero evidentemente no lo era, como yo no era aquella que vivió en Montevideo.
Hacía ya tiempo que lo visitaba a diario, mis tardes en Londres eran ya suyas y, exceptuando aquel escape a París, volverían a serlo. Confieso que una vez caminando por la rue Dante, en un ataque de pesimismo onettiano, temí jamás volverlo a ver. Temí incluso que él no fuese real, o, pero aún, que lo fuese y me rechazase. Temí también que lo dejase de amar en el momento mismo en que por fin lo besase, momento tan lejano para mis ansias que fácilmente pude haber muerto de deseo.
Llegué nerviosa a su puerta. El viento seguía despeinándome e intentaba desnudarme sin tregua alguna. Vacilé mucho, más que las otras veces. Porque no era Montevideo ni París, pero en ese instante, bien podía Londres cambiarse de nombre. Ésta no era la historia de un lugar, sino la de un aquel veterano y una chiquilina encaprichada.
Inventé excusas, nombres, anécdotas, chistes. ¡Tenía que decirle algo, algo más rico que mi entorpecida verdad! Debía dejarle algo que no fuese simplemente mi cuerpo en su cama, o, quisiera yo, mis labios rozando sus labios arrugados, mi lengua en su boca, en su pecho con canas.
Como todas las tardes frente a su casa, no llamé a su puerta, como probablemente no llamaría al día siguiente, esperando triste que en realidad él me viese esta vez a mí, y él se enamorase, y él me siguiese, y él me descubriese, y él llamase a mi puerta, y él fuese a París para y con miedo de olvidarme, y que él, vencido por el amor y la lujuria, regresase.
Eran los primeros días de un verano, no importa cuál, y las finas texturas cubrían lo imprescindible. El viento movía mi vestido de bambula a su antojo, descubriendo mis muslos o colocando entre ellos la falda del mismo.
Imaginaba, sin extrañar, Montevideo. Intentaba adivinarlo como si nunca hubiese vivido allí, como si sólo hubiese visto alguna vez una foto y el resto bien podía ser un antojo mío. A mis pies estaba Londres, imponente, arrolladora, avasallante y de a momentos, tranquila.
A mi regreso de París, mi gran miedo era precisamente haber olvidado el camino a su casa, pero todo seguía intacto: mi memoria, las calles, el parque, la cerca viva, el portón de metal, la callecita de adoquines, su acera y su guarida - con otro portón de metal, pero alto e intimidante.
Otra vez, Montevideo. Pensaba dónde sería aquello que me rodeaba si estuviese en Montevideo. ¿Carrasco? ¿Prado? Podía ser el Prado inmediato a Millán o a Suárez, con clara intención de convertir al Botánico en ese parque londinense que acababa de cruzar.
Sí, Millán podía ser High Street Kensington, tan a la izquierda ahora de mí. Podía ser, pero evidentemente no lo era, como yo no era aquella que vivió en Montevideo.
Hacía ya tiempo que lo visitaba a diario, mis tardes en Londres eran ya suyas y, exceptuando aquel escape a París, volverían a serlo. Confieso que una vez caminando por la rue Dante, en un ataque de pesimismo onettiano, temí jamás volverlo a ver. Temí incluso que él no fuese real, o, pero aún, que lo fuese y me rechazase. Temí también que lo dejase de amar en el momento mismo en que por fin lo besase, momento tan lejano para mis ansias que fácilmente pude haber muerto de deseo.
Llegué nerviosa a su puerta. El viento seguía despeinándome e intentaba desnudarme sin tregua alguna. Vacilé mucho, más que las otras veces. Porque no era Montevideo ni París, pero en ese instante, bien podía Londres cambiarse de nombre. Ésta no era la historia de un lugar, sino la de un aquel veterano y una chiquilina encaprichada.
Inventé excusas, nombres, anécdotas, chistes. ¡Tenía que decirle algo, algo más rico que mi entorpecida verdad! Debía dejarle algo que no fuese simplemente mi cuerpo en su cama, o, quisiera yo, mis labios rozando sus labios arrugados, mi lengua en su boca, en su pecho con canas.
Como todas las tardes frente a su casa, no llamé a su puerta, como probablemente no llamaría al día siguiente, esperando triste que en realidad él me viese esta vez a mí, y él se enamorase, y él me siguiese, y él me descubriese, y él llamase a mi puerta, y él fuese a París para y con miedo de olvidarme, y que él, vencido por el amor y la lujuria, regresase.
viernes, 23 de agosto de 2013
Epístola al guitarrista
Éramos tan frágiles de alma que cualquier viento fuerte nos alborotaba las emociones.
Y ahí corría yo a convencerte de que todo era posible si queríamos, sin reparar jamás en que vos nunca quisiste. Sin dudas, la peor omisión mía fue no ver que yo tampoco quise realmente; pero yo, que tanto voy de víctima como de mártir, necesitaba convencerte de que todas esas ideas mías eran también tuyas. La maldad más pura, así lo entiendo hoy.
Te mentí tantas veces que tus mentiras no me afectaban, no las sentía ni veía ni tocaba. Ellas, las otras, eran invisibles a mis ojos, aunque estuviesen con nosotros en nuestra cama, y bien sé que fue siempre la cama tuya o la cama del mundo entero, pero nunca la cama nuestra.
Así y siendo sorpresa para ambos, pasaron días, pasaron meses, terminó el verano y empezó el otoño, que luego terminó también. Al invierno lo sobrevivimos como a todos los inviernos, sin respeto ni decencia ni decoro, comiendo del negro huerto eterno de los excesos, lejos el uno del otro pero en la misma habitación.
No hubo cosa tan injusta, sin embargo, como tus celos irracionales. Ellos, los otros, que sí existían y cómo, jamás conocieron el manto macabro que pueden llegar a ser tus sábanas. Vos, malagradecido desde el nacimiento, nunca respetaste la nobleza que había en mi inmundicia.
Resulta más que curioso, después de todo, después de tus ellas y después de mis ellos, que aún nos mirásemos a los ojos y entonces, como si nada, llorásemos de amor.
Y ahí corría yo a convencerte de que todo era posible si queríamos, sin reparar jamás en que vos nunca quisiste. Sin dudas, la peor omisión mía fue no ver que yo tampoco quise realmente; pero yo, que tanto voy de víctima como de mártir, necesitaba convencerte de que todas esas ideas mías eran también tuyas. La maldad más pura, así lo entiendo hoy.
Te mentí tantas veces que tus mentiras no me afectaban, no las sentía ni veía ni tocaba. Ellas, las otras, eran invisibles a mis ojos, aunque estuviesen con nosotros en nuestra cama, y bien sé que fue siempre la cama tuya o la cama del mundo entero, pero nunca la cama nuestra.
Así y siendo sorpresa para ambos, pasaron días, pasaron meses, terminó el verano y empezó el otoño, que luego terminó también. Al invierno lo sobrevivimos como a todos los inviernos, sin respeto ni decencia ni decoro, comiendo del negro huerto eterno de los excesos, lejos el uno del otro pero en la misma habitación.
No hubo cosa tan injusta, sin embargo, como tus celos irracionales. Ellos, los otros, que sí existían y cómo, jamás conocieron el manto macabro que pueden llegar a ser tus sábanas. Vos, malagradecido desde el nacimiento, nunca respetaste la nobleza que había en mi inmundicia.
Resulta más que curioso, después de todo, después de tus ellas y después de mis ellos, que aún nos mirásemos a los ojos y entonces, como si nada, llorásemos de amor.
Particularmente
Vos no sabés quién te ama cuando se te ama sin tramas ni escenarios
vos no sabés de quién hablas cuando hablas de nosotros
vos no entendés la esencialidad del amor y del alma
de sentir, y de sentirte muy particularmente,
de las miradas que quiebran voces
ni de los ojos que tiene el habla
de la necesidad imperiosa de tocar
y de tocarte muy particularmente,
de todo eso, vos no entendés nada.
Vos no sabés cómo espera quien te espera ni por qué,
no sabés vos qué hiciste para sentirte así: vacío, amargo y arrugado
no entendés vos por qué tiene que pasar el tiempo
ni por qué el tiempo pasa para vos muy particularmente.
Vos no sabés que no se puede porque te basta con querer
y a mí, que me irrita y consuela amarte, tenerte y desnudarte
me llega toda esa inconsciencia de vida tuya
hundido en el capricho insolente de no querer saber
perdonado por quién sabe qué demonio
por no querer entender muy particularmente.
vos no sabés de quién hablas cuando hablas de nosotros
vos no entendés la esencialidad del amor y del alma
de sentir, y de sentirte muy particularmente,
de las miradas que quiebran voces
ni de los ojos que tiene el habla
de la necesidad imperiosa de tocar
y de tocarte muy particularmente,
de todo eso, vos no entendés nada.
Vos no sabés cómo espera quien te espera ni por qué,
no sabés vos qué hiciste para sentirte así: vacío, amargo y arrugado
no entendés vos por qué tiene que pasar el tiempo
ni por qué el tiempo pasa para vos muy particularmente.
Vos no sabés que no se puede porque te basta con querer
y a mí, que me irrita y consuela amarte, tenerte y desnudarte
me llega toda esa inconsciencia de vida tuya
hundido en el capricho insolente de no querer saber
perdonado por quién sabe qué demonio
por no querer entender muy particularmente.
Conversación con un muerto.
Que no, que te lo digo yo, que uno no puede andar por la vida así: todo descalzo de alma, sin vacunarse y sin haber leído a Onetti.
Que sí, que te lo digo yo, que el Arte salva tantas vidas como la Medicina.
Que no, que no te compré el libro que querías; tenía la plata sí, pero no te lo compré. No sé ¿por qué no te lo comprás vos? Vos plata tenés. Bueno sí, te lo compré. Yo y mi maldita costumbre de darte lo que ya tenés sólo porque lo querés de nuevo, pero de mí. Y porque es de mí es nuevo, pero no será nuevo siempre. No seré yo nueva siempre.
Que no, que no te corté al teléfono. Que se cortó la llamada.
Que sí, que me lastima escucharte, porque no te quiero pero te quise - ¿viste cómo usamos los poetas esa frase? ¡una muletilla en común con todos los poetas del mundo!
Que no, que no te estoy cambiando de tema. Que sí, que ya no quiero hablar más. Que sí, que ya no quiero hablarte.
Que sí, que tanto daba si moría aquella noche, y tanto daba si me enterraban con vos ¿pero por qué no entendés que yo, tal vez, no quería morir? Que no, que tal vez no esté tan viva pero no estoy la mitad de muerta de lo que estás vos.
Que sí, que nos podemos juntar a tomar un café y discutir a Borges ¡claro que sí! Que no, que no nos podemos juntar a tomar whisky y escuchar a Muddy Waters ¡claro que no!
Que no, que no podés dormir más en mi cama. Que no, que no podés venir más a mi apartamento. Que sí, que iré a tu casa cuando la carne o el alma así lo ordenen. Que no, que no me quedaré. Que sí, que tal vez me quede.
Que no, que no tengo tus llaves. Ya sé que no están en tu casa, están en una casa que no es la mía y que no es la tuya. Otra casa, entendé lo que te digo, tus llaves están en otra casa ¿vos te das cuenta que estamos hablando de una tercera casa? Que sí, que entiendo que es una falta de respeto. Que no, que no lo conoces.
Que sí, que sé que estás triste. Que no, que no puedo hacer nada. Que sí, que yo tampoco estoy bien. Siempre hemos tenido problemas comprendiendo nuestras mutuas flaquezas. Que no, que no te dejé por eso. ¿Qué cómo, que me dejaste vos?
Que no, que no me llames más. Que no seré aquello de lo que tu propia consciencia, voluntariamente, huye. Que sí, que soy el opuesto de tu voluntad. Que no, que ya no te quiero. Que sí, que lo voy a pensar.
Que no, que te lo digo yo. Que sí, que viste cómo es.
Que sí, que te lo digo yo, que el Arte salva tantas vidas como la Medicina.
Que no, que no te compré el libro que querías; tenía la plata sí, pero no te lo compré. No sé ¿por qué no te lo comprás vos? Vos plata tenés. Bueno sí, te lo compré. Yo y mi maldita costumbre de darte lo que ya tenés sólo porque lo querés de nuevo, pero de mí. Y porque es de mí es nuevo, pero no será nuevo siempre. No seré yo nueva siempre.
Que no, que no te corté al teléfono. Que se cortó la llamada.
Que sí, que me lastima escucharte, porque no te quiero pero te quise - ¿viste cómo usamos los poetas esa frase? ¡una muletilla en común con todos los poetas del mundo!
Que no, que no te estoy cambiando de tema. Que sí, que ya no quiero hablar más. Que sí, que ya no quiero hablarte.
Que sí, que tanto daba si moría aquella noche, y tanto daba si me enterraban con vos ¿pero por qué no entendés que yo, tal vez, no quería morir? Que no, que tal vez no esté tan viva pero no estoy la mitad de muerta de lo que estás vos.
Que sí, que nos podemos juntar a tomar un café y discutir a Borges ¡claro que sí! Que no, que no nos podemos juntar a tomar whisky y escuchar a Muddy Waters ¡claro que no!
Que no, que no podés dormir más en mi cama. Que no, que no podés venir más a mi apartamento. Que sí, que iré a tu casa cuando la carne o el alma así lo ordenen. Que no, que no me quedaré. Que sí, que tal vez me quede.
Que no, que no tengo tus llaves. Ya sé que no están en tu casa, están en una casa que no es la mía y que no es la tuya. Otra casa, entendé lo que te digo, tus llaves están en otra casa ¿vos te das cuenta que estamos hablando de una tercera casa? Que sí, que entiendo que es una falta de respeto. Que no, que no lo conoces.
Que sí, que sé que estás triste. Que no, que no puedo hacer nada. Que sí, que yo tampoco estoy bien. Siempre hemos tenido problemas comprendiendo nuestras mutuas flaquezas. Que no, que no te dejé por eso. ¿Qué cómo, que me dejaste vos?
Que no, que no me llames más. Que no seré aquello de lo que tu propia consciencia, voluntariamente, huye. Que sí, que soy el opuesto de tu voluntad. Que no, que ya no te quiero. Que sí, que lo voy a pensar.
Que no, que te lo digo yo. Que sí, que viste cómo es.
martes, 20 de agosto de 2013
De bares *
Es este preciso instante - no el instante anterior ni el instante próximo- el que consume y quema el cien por ciento de mi existencia.
Ésto, bien observado, me explica y justifica infinitamente.
* * *
Es labor del enemigo, con la cobardía que lo caracteriza, apuñalarnos por la espalda.
Los amantes, generalmente altaneros y sinvergüenzas, nos apuñalan en el pecho.
* * *
No soy creyente: no hay para mí un cielo o un infierno; no hay un dios ni un diablo.
Si fuese creyente, sin embargo, estaría del lado del diablo. Desde un punto de vista estrictamente moral, castigar la maldad es mucho más coherente y conducente que premiar la bondad - acción asquerosamente peligrosa, si se le dedica unos minutos de intelecto.
De ésto se desprende la única conclusión obvia: todas las religiones son inmorales (al menos desde un punto de vista estrictamente moral)
* * *
Habíamos perdido absolutamente todo, incluso (y muy particularmente) la vergüenza.
No teníamos un honor que resguardar ni bienes que proteger.
Después de una breve pausa y un cruce de miradas cómplices, nos dimos cuenta de que quizá nunca habíamos tenido tanto.
* * *
No le tengo miedo a la muerte, pero no quiero morir.
Por eso me hice escritora.
* De la maldita costumbre de escribir en servilletas de bares. Algún día las encontrás.
Ésto, bien observado, me explica y justifica infinitamente.
* * *
Es labor del enemigo, con la cobardía que lo caracteriza, apuñalarnos por la espalda.
Los amantes, generalmente altaneros y sinvergüenzas, nos apuñalan en el pecho.
* * *
No soy creyente: no hay para mí un cielo o un infierno; no hay un dios ni un diablo.
Si fuese creyente, sin embargo, estaría del lado del diablo. Desde un punto de vista estrictamente moral, castigar la maldad es mucho más coherente y conducente que premiar la bondad - acción asquerosamente peligrosa, si se le dedica unos minutos de intelecto.
De ésto se desprende la única conclusión obvia: todas las religiones son inmorales (al menos desde un punto de vista estrictamente moral)
* * *
Habíamos perdido absolutamente todo, incluso (y muy particularmente) la vergüenza.
No teníamos un honor que resguardar ni bienes que proteger.
Después de una breve pausa y un cruce de miradas cómplices, nos dimos cuenta de que quizá nunca habíamos tenido tanto.
* * *
No le tengo miedo a la muerte, pero no quiero morir.
Por eso me hice escritora.
* De la maldita costumbre de escribir en servilletas de bares. Algún día las encontrás.
sábado, 3 de agosto de 2013
Del juego
Mucho he perdido en mi recorrido.
Pero es mucho más lo que he ganado.
Y no perdí mi amor al juego; ni mis habilidades como jugadora.
@PrisUY
Pero es mucho más lo que he ganado.
Y no perdí mi amor al juego; ni mis habilidades como jugadora.
@PrisUY
domingo, 28 de julio de 2013
De mi infierno.
¿Qué por qué te quiero? Porque siendo vos, en el mejor de los casos, el purgatorio;
tus labios son lo más cerca que yo estaré del cielo.
@PrisUY
tus labios son lo más cerca que yo estaré del cielo.
@PrisUY
viernes, 26 de julio de 2013
De los caminantes
Cuando caminó a mi lado no sólo le di mi tiempo, mi más preciada posesión.
Yo, sobre todo, le di la libertad de pisar mi sombra
y en una ciudad que grita
le di la posibilidad de levantarme la voz.
@PrisUY
Yo, sobre todo, le di la libertad de pisar mi sombra
y en una ciudad que grita
le di la posibilidad de levantarme la voz.
@PrisUY
De las mentiras
'Nos sos vos, soy yo' es la mentira más cierta de mi Historia. Es mi vida, por supuesto que se trata de mí. *
*Epifanía emocional londinense, con sabor a cerveza, a derrota y a viernes. Convencida de que al terminar éste y otros viajes, publicaré mi libro 'Comer. Rezar. Listo'. Sí, los poetas también tenemos sentido del humor.
@PrisUY
*Epifanía emocional londinense, con sabor a cerveza, a derrota y a viernes. Convencida de que al terminar éste y otros viajes, publicaré mi libro 'Comer. Rezar. Listo'. Sí, los poetas también tenemos sentido del humor.
@PrisUY
martes, 23 de julio de 2013
Papá
Mi padre subió al taxi, rumbo al aeropuerto.
- No te mueras - le supliqué.
- Yo no me voy a morir - me respondió, entre lágrimas.
Esa fue la última conversación que tuve con mi padre, quien jamás me había mentido antes.
@PrisUY
- No te mueras - le supliqué.
- Yo no me voy a morir - me respondió, entre lágrimas.
Esa fue la última conversación que tuve con mi padre, quien jamás me había mentido antes.
@PrisUY
Confesión europea
Hay quienes dicen que no soy poeta porque creo que el amor es la máxima manifestación del ego.
Hay quienes dicen que no soy poeta porque no me gusta París.
Pero por vos... por vos sangraría hasta la sequedad.
¡Por vos sería poeta!
@PrisUY
Hay quienes dicen que no soy poeta porque no me gusta París.
Pero por vos... por vos sangraría hasta la sequedad.
¡Por vos sería poeta!
@PrisUY
De un cigarro.
París me recibió sucia y maloliente. El Café de la Paix fue mi guarida hasta pasado el mediodía - hay, a mi entender, más belleza en el Place de l'Opéra que en muchos de los caprichos arquitectónicos frente al Sena.
Lenta, aturdida y dócil, llegué a la Tour Eiffel sobre las tres. Almorcé bajo ese espantapájaros de hierro asqueada; no fue fácil encontrar un lugar sin la mugre del que llegó y partió antes, algún sitio sin bolsas plásticas ni colillas de cigarros. 'Son sólo puchos', pensé.
Quise creer que estaba sentada justo donde Guy de Maupassant; y que estaría rezongando entre dientes tal como alguna vez lo hizo él. Quise ser Guy desde lo más profundo de mis entrañas.
Hay en mi útero más amor que en todo París, pero él me resulta emocionalmente caro, casi impagable. Otro nombre, otro cuerpo, otras manos, otros ojos ¿pero era él otra persona? ¿Es un 'él' o se sigue tratando del 'otro él'? ¡Quise morirme! ¡En París, pensando en él! ¡O en el otro él! Qui est-il? Qui est-il? Qui est-il?
Quizás él es el resto del otro él, quizás es el otro él perpetuo, lo que queda del otro él.
'Es como un pucho' pensé.
@PrisUY
Lenta, aturdida y dócil, llegué a la Tour Eiffel sobre las tres. Almorcé bajo ese espantapájaros de hierro asqueada; no fue fácil encontrar un lugar sin la mugre del que llegó y partió antes, algún sitio sin bolsas plásticas ni colillas de cigarros. 'Son sólo puchos', pensé.
Quise creer que estaba sentada justo donde Guy de Maupassant; y que estaría rezongando entre dientes tal como alguna vez lo hizo él. Quise ser Guy desde lo más profundo de mis entrañas.
Hay en mi útero más amor que en todo París, pero él me resulta emocionalmente caro, casi impagable. Otro nombre, otro cuerpo, otras manos, otros ojos ¿pero era él otra persona? ¿Es un 'él' o se sigue tratando del 'otro él'? ¡Quise morirme! ¡En París, pensando en él! ¡O en el otro él! Qui est-il? Qui est-il? Qui est-il?
Quizás él es el resto del otro él, quizás es el otro él perpetuo, lo que queda del otro él.
'Es como un pucho' pensé.
@PrisUY
sábado, 20 de julio de 2013
Caminos
Con la sed y el agua
con mi fuerza bruta
con el pesar de los años
con el pasar de los días
con el placer de mis labios
a tientas en la noche
o con el Astro Rey como guía
como sea y a pesar de mí
yo te sigo buscando.
@PrisUY
con mi fuerza bruta
con el pesar de los años
con el pasar de los días
con el placer de mis labios
a tientas en la noche
o con el Astro Rey como guía
como sea y a pesar de mí
yo te sigo buscando.
@PrisUY
jueves, 18 de julio de 2013
París: el deseo
Que París no me arranque tu nombre
Que París no me arrastre a tu vera
Que París no tenga tus ojos, ni tus labios, ni tu piel
Que París no huela a tu pecho
Que no seas el fluir del Sena
Que París no me descubra pensando en vos.
@PrisUY
Que París no me arrastre a tu vera
Que París no tenga tus ojos, ni tus labios, ni tu piel
Que París no huela a tu pecho
Que no seas el fluir del Sena
Que París no me descubra pensando en vos.
@PrisUY
Londres
La ciudad, que escupía rascacielos y embotellamientos, le revelaba cada antojo, cada secreto, cada miedo. La identidad era ornamental a sus ojos, y abolió la piel, y fundió el deseo.
Sin haberse percatado, la ciudad la había devorado.
No se anda por la vida con un verbo en los labios: todos bien sabemos que los verbos son propios de las manos. Pero la ciudad... la ciudad estaba viva.
Ella zigzagueaba clavando su taco aguja entre los adoquines; ella no sabía adónde iba, ella ahora no tenía nombre porque no era más que parte de la ciudad. Una esquina, un parque, una torre y un reloj, una catedral, un puente... y ella.
La ciudad la había anulado.
Ella, su cuerpo, su pecho, sus pechos, sus manos aún sin verbos, su boca, su lengua, el río, los rostros en la arquitectura, él, las ganas, él, la ciudad, el deseo, él, la ciudad, sus pechos, él.
La ciudad la había liberado.
@PrisUY
Sin haberse percatado, la ciudad la había devorado.
No se anda por la vida con un verbo en los labios: todos bien sabemos que los verbos son propios de las manos. Pero la ciudad... la ciudad estaba viva.
Ella zigzagueaba clavando su taco aguja entre los adoquines; ella no sabía adónde iba, ella ahora no tenía nombre porque no era más que parte de la ciudad. Una esquina, un parque, una torre y un reloj, una catedral, un puente... y ella.
La ciudad la había anulado.
Ella, su cuerpo, su pecho, sus pechos, sus manos aún sin verbos, su boca, su lengua, el río, los rostros en la arquitectura, él, las ganas, él, la ciudad, el deseo, él, la ciudad, sus pechos, él.
La ciudad la había liberado.
@PrisUY
sábado, 6 de abril de 2013
Triunvirato
El deseo no ha muerto, pero el amor yace dos metros bajo tierra
aquello a carne viva que ya no es pero que era
nos llama, acongoja y tienta
¡libres eran los de antes, los de entonces!
pero nosotros... nosotros somos los de siempre
los de siempre y más que nunca.
aquello a carne viva que ya no es pero que era
nos llama, acongoja y tienta
¡libres eran los de antes, los de entonces!
pero nosotros... nosotros somos los de siempre
los de siempre y más que nunca.
Del Tiempo.
Y los días pasaron así, como un capricho ínfimo de un ser intangible e irreal, y nosotros, ni puros ni castos, nos rendimos a los días, a los meses y a los años; y siendo libres, quisimos ser esclavos.
miércoles, 20 de febrero de 2013
Lux Legis: The Dream
From lead to gold we shall rise
for there is not other darkness
nor other light
than the Will itself
inside every woman
inside every man.
Shall not greater power
than the pure purpose
ever exist;
for the Will and Wisdom
and the Lady in the path
who has no shadow
and who burns the Sun.
May the swords become feathers
and feathers become flames
for the day has come
for it has begun.
for there is not other darkness
nor other light
than the Will itself
inside every woman
inside every man.
Shall not greater power
than the pure purpose
ever exist;
for the Will and Wisdom
and the Lady in the path
who has no shadow
and who burns the Sun.
May the swords become feathers
and feathers become flames
for the day has come
for it has begun.
Lux Legis: prefacio
Yo sé que hay una puerta que nunca se cierra, y una luz que nunca deja de brillar; pero hoy, desde la oscuridad y en la ausencia, cada vena cortada es una vena del mundo, y una pena que los hombres, si son hombres, no dejan de llorar.
Los labios, exhaustos, dejaron de buscar otros labios, y las bocas - sin lenguas- ya no gritan verdades.
En el reino de las simetrías y las estructuras, llora hoy un poeta. La pluma es espada, y la espada es balanza.
El Eros, el Philios y el Agapé, tal como la Areté y la Thelema, duermen en un lecho oculto y místico, sin buscadores ni peregrinos, sin ermitaños en las cimas de los acantilados ¿adónde caminan entonces todos los Hombres?
Hoy, como nunca en la Historia, no es el Mundo el que llora a sus Muertos, sino los Muertos los que lloran a lo que alguna vez fue su Mundo.
Los labios, exhaustos, dejaron de buscar otros labios, y las bocas - sin lenguas- ya no gritan verdades.
En el reino de las simetrías y las estructuras, llora hoy un poeta. La pluma es espada, y la espada es balanza.
El Eros, el Philios y el Agapé, tal como la Areté y la Thelema, duermen en un lecho oculto y místico, sin buscadores ni peregrinos, sin ermitaños en las cimas de los acantilados ¿adónde caminan entonces todos los Hombres?
Hoy, como nunca en la Historia, no es el Mundo el que llora a sus Muertos, sino los Muertos los que lloran a lo que alguna vez fue su Mundo.
domingo, 6 de enero de 2013
Compromiso
Mucho tiempo para finalmente ver que esta casa no es mi casa, que no son éstos mis libros, que no es mi corazón el que tal vez te ama, que no son mis pies ni son mis huellas ni son mis pasos, que ni es mi tiempo y que no es mi espacio, que no es mi verdad y que tampoco es mi vida.
Y si yo me fuese lejos, vos ¿adónde te irías?
Y si yo me fuese lejos, vos ¿adónde te irías?
3 a.m.
En todas las tardes;
una luz que te brille
y un amor que me ame
un suspiro que te nombre
y una soga que me ate
Y en las noches,
un verso que te escriba
una mente que te piense
y un corazón que te quiera
Y en las mañanas quizás tenga
una cama en la que te encuentre
y una resaca que te vomite
y una excusa que me libere
o un espejo en el que te olvide.
una luz que te brille
y un amor que me ame
un suspiro que te nombre
y una soga que me ate
Y en las noches,
un verso que te escriba
una mente que te piense
y un corazón que te quiera
Y en las mañanas quizás tenga
una cama en la que te encuentre
y una resaca que te vomite
y una excusa que me libere
o un espejo en el que te olvide.
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