Ésto, bien observado, me explica y justifica infinitamente.
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Es labor del enemigo, con la cobardía que lo caracteriza, apuñalarnos por la espalda.
Los amantes, generalmente altaneros y sinvergüenzas, nos apuñalan en el pecho.
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No soy creyente: no hay para mí un cielo o un infierno; no hay un dios ni un diablo.
Si fuese creyente, sin embargo, estaría del lado del diablo. Desde un punto de vista estrictamente moral, castigar la maldad es mucho más coherente y conducente que premiar la bondad - acción asquerosamente peligrosa, si se le dedica unos minutos de intelecto.
De ésto se desprende la única conclusión obvia: todas las religiones son inmorales (al menos desde un punto de vista estrictamente moral)
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Habíamos perdido absolutamente todo, incluso (y muy particularmente) la vergüenza.
No teníamos un honor que resguardar ni bienes que proteger.
Después de una breve pausa y un cruce de miradas cómplices, nos dimos cuenta de que quizá nunca habíamos tenido tanto.
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No le tengo miedo a la muerte, pero no quiero morir.
Por eso me hice escritora.
* De la maldita costumbre de escribir en servilletas de bares. Algún día las encontrás.
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