La ciudad, que escupía rascacielos y embotellamientos, le revelaba cada antojo, cada secreto, cada miedo. La identidad era ornamental a sus ojos, y abolió la piel, y fundió el deseo.
Sin haberse percatado, la ciudad la había devorado.
No se anda por la vida con un verbo en los labios: todos bien sabemos que los verbos son propios de las manos. Pero la ciudad... la ciudad estaba viva.
Ella zigzagueaba clavando su taco aguja entre los adoquines; ella no sabía adónde iba, ella ahora no tenía nombre porque no era más que parte de la ciudad. Una esquina, un parque, una torre y un reloj, una catedral, un puente... y ella.
La ciudad la había anulado.
Ella, su cuerpo, su pecho, sus pechos, sus manos aún sin verbos, su boca, su lengua, el río, los rostros en la arquitectura, él, las ganas, él, la ciudad, el deseo, él, la ciudad, sus pechos, él.
La ciudad la había liberado.
@PrisUY
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