Los perros que huelen cadáveres
los amantes insensibles y mentirosos
que están aquí mientras duermen con otros
Los lechos, las tumbas y las trincheras
confunden al amor, a la paz, al odio y a la guerra
mientras el viento sopla la canción de los trovadores talentosos
Los vientres maternos
los hijos que lloran
las madres y sus pechos hinchados, sin leche
Un camino, un tormento
una guiño de la Muerte
y el suspiro de la Vida es su flagelo.
Volvieron aquellos, los descalzos
a despojarnos de la esperanza intacta que guardábamos como niños
y nosotros, desde entonces, somos adultos a medias
que arrastramos ombligos y cargamos placentas.
lunes, 24 de diciembre de 2012
Musa I
Un corazón agitado
Despojado de besos
Y abrazos deshilachados
Llegó moribundo a mi puerta
Rotoso y descalzo
¡Decrépito corazón de latir condenado!
Sin trucos de magia
Ni productos del mercado
¡Mendigo corazón urbano!
Vagabundo en el barrio
Ha perdido a su dueño
En deseo enjaulado
¡Pobre corazón amante
que carece de amado!
Musa II
En una taza de café: el mundo
La noche, el día y los anaranjados
El dinero de los mercaderes
La mercancía del narcotráfico
En una taza de café: el mundo
El amor no correspondido
La infidelidad de las corbatas
El engaño en tacos de aguja
El dolor y el deseo… ¡el mundo!
En una taza de café: el mundo
Las cartas que no se envían
Los secretos contados
La inflación y las alianzas
La guerra, los motines y el noticiero … ¡el mundo!
En una taza de café: el mundo
La desesperanza y los libros
Los sueños y las ideas
Los amantes del pasado
Lo innecesario y lo imprescindible
¡El mundo en una taza de café
Bebida en tres sorbos!
La Llave del Agua.
Me dio, porque quiso y se le antojó, la llave del agua.
Desde ese día, despertaría cada mañana vestida de azul. Y si despertase en la noche, también de azul vestiría. Cambiaba el modelo, jamás el color.
Él nadaba hacia mí y me preguntaba '¿cómo? ¿aún no te enamoraste?' y yo le decía que sí y que no, o eso que contesta uno cuando te preguntan cómo estás, y uno no quiere decir que está bien, aunque tampoco quiere admitir que está mal. Yo le respondía todos los días con el 'aquí ando' propio de la apatía.
Él nadaba, caminaba, volaba y levitaba. Yo, en el agua, no tenía alas ni escamas, pero él tenía todo lo que yo había deseado, y sobre todo, lo que alguna vez necesité.
Un día le dije que quería volver a casa y sonrió. Aparentemente, nadie nunca ha deseado salir del agua. Me tomó en sus brazos y me arrastró hacia lo profundo. Un poco más, no mucho. Me dijo que tal vez allí lo entendería; allí, en lo profundo, yo lograría ver lo feliz que era y sería capaz de comprender que lo tenía todo.
Mis vestidos ya no eran azules, sino negros, y creo que no eran vestidos. Mi rostro no era el mío, y mis manos tenían arrugas y venas prominentes.
Desde mis sienes, me invadía un hormigueo fuerte y constante, que no me permitía escucharme con claridad.
Me dejó allí muchas noches, y aprendí a no comer, o a comerme a mí misma. Me devoraba los muslos, las costillas, los senos.
Había electricidad en el agua, y humo. Hacía calor y frío simultáneamente.
Una noche -o quizá era día, pero me gusta creer que fue de noche y que la luna era menguante - apareció de la nada, sin nadar creo yo. Me preguntó otra vez si ya me había enamorado, de quién y por qué no estaba él conmigo.
Nuevamente le respondí que sí y que no, que quizá no era muy alto, pero que era bueno y que tenía una hermosa sonrisa, que estaba conmigo pues me lo había comido, pero que aunque lo había esperado no había llegado. Eso le contesté y comencé a llorar.
Lloré tanto que se dignó a abrazarme.
Desperté serena y desnuda en el vientre de mi madre.
Desde ese día, despertaría cada mañana vestida de azul. Y si despertase en la noche, también de azul vestiría. Cambiaba el modelo, jamás el color.
Él nadaba hacia mí y me preguntaba '¿cómo? ¿aún no te enamoraste?' y yo le decía que sí y que no, o eso que contesta uno cuando te preguntan cómo estás, y uno no quiere decir que está bien, aunque tampoco quiere admitir que está mal. Yo le respondía todos los días con el 'aquí ando' propio de la apatía.
Él nadaba, caminaba, volaba y levitaba. Yo, en el agua, no tenía alas ni escamas, pero él tenía todo lo que yo había deseado, y sobre todo, lo que alguna vez necesité.
Un día le dije que quería volver a casa y sonrió. Aparentemente, nadie nunca ha deseado salir del agua. Me tomó en sus brazos y me arrastró hacia lo profundo. Un poco más, no mucho. Me dijo que tal vez allí lo entendería; allí, en lo profundo, yo lograría ver lo feliz que era y sería capaz de comprender que lo tenía todo.
Mis vestidos ya no eran azules, sino negros, y creo que no eran vestidos. Mi rostro no era el mío, y mis manos tenían arrugas y venas prominentes.
Desde mis sienes, me invadía un hormigueo fuerte y constante, que no me permitía escucharme con claridad.
Me dejó allí muchas noches, y aprendí a no comer, o a comerme a mí misma. Me devoraba los muslos, las costillas, los senos.
Había electricidad en el agua, y humo. Hacía calor y frío simultáneamente.
Una noche -o quizá era día, pero me gusta creer que fue de noche y que la luna era menguante - apareció de la nada, sin nadar creo yo. Me preguntó otra vez si ya me había enamorado, de quién y por qué no estaba él conmigo.
Nuevamente le respondí que sí y que no, que quizá no era muy alto, pero que era bueno y que tenía una hermosa sonrisa, que estaba conmigo pues me lo había comido, pero que aunque lo había esperado no había llegado. Eso le contesté y comencé a llorar.
Lloré tanto que se dignó a abrazarme.
Desperté serena y desnuda en el vientre de mi madre.
lunes, 17 de diciembre de 2012
Durazneros y Labradores
Puedo ser cualquier persona
la más feliz y pura y quieta
puedo pensar en rosa y blanco
usar guantes y tomar el té
plantar un duraznero
y criar un labrador
Puedo silenciar el ruido interno
obviar la oscuridad dentada del nihilismo
cocinar la cena de hoy y la de mañana
Puedo ser más que una rata
puedo no ser yo
lo que es poder ¡claro que puedo!
y morirme, claro está, en un intento más.
la más feliz y pura y quieta
puedo pensar en rosa y blanco
usar guantes y tomar el té
plantar un duraznero
y criar un labrador
Puedo silenciar el ruido interno
obviar la oscuridad dentada del nihilismo
cocinar la cena de hoy y la de mañana
Puedo ser más que una rata
puedo no ser yo
lo que es poder ¡claro que puedo!
y morirme, claro está, en un intento más.
Canto Rodado
No se trata de sentirse mal. O bien. Se trata de que es diciembre, y sólo siento calor. Y si fuese julio, lo sé, sentiría frío. Y ese ha sido mi máximo sentir.
Pero hay una roca entre mis senos, y mis pezones están gélidos y punzantes.
¿Pero sentir? No. No. Yo ya no siento nada.
Pero hay una roca entre mis senos, y mis pezones están gélidos y punzantes.
¿Pero sentir? No. No. Yo ya no siento nada.
lunes, 10 de diciembre de 2012
Manifiesto Vertical
Miedo a despertar y no reaccionar. No. Miedo a despertar y reaccionar igual. Muchas mañanas, mi miedo es simplemente reaccionar.
Acongojada, estúpida y malcriada por mis propios sesos, callo, me mantengo serena y en aparente alegría. Esta sonrisa que me duele y desgarra mis mejillas contenta a los espectadores, los satisface.
¡Frío hierro en mis sienes procuro! La mala intención de la luz, la crueldad del espejo. Esta rutina que me arrastra hasta su punto más sangriento y crudo, un mundo ebrio que me destierra casi, que me destierra apenas.
En medio de una metamorfosis liviana, me tiemblan las manos ¡quiero arrancarme el alma, quiero calmar mi pecho! Morir de placer y no de vacío ¿cómo no tentarme, cómo no tentarnos todos, cómo no hablar a lengua suelta de esta tentación?
Ya entre los otros, entre los fríos, me alivio y te miro desde otro lado. A todos los miro como son y no quieren ser vistos: desnudos, frágiles, sin erecciones que presumir, a cara lavada, sin nada más que sus cuerpos, que siempre son muy gordos o muy flacos.
Y allí, entre todos ellos, me sigo viendo -aún muerta- reaccionando por las mañanas. ¿Quién, sino yo misma, puede detener el castigo infame de mi propia vida?
Noche en el Hotel.
Me acosté en silencio, sin decirle si debería irse o quedarse. Tal vez ese no era su momento, pero por sobre todas las cosas, quizás ese no era mi lugar.
Al otro lado de la ventana, alguien hablaba con otro alguien y para mí eso era un tormento; un testimonio de mis propios sentidos, de mis ganas reprimidas de ir más allá de esa habitación, de mi ayer y de mi entonces.
Ya no me hacía preguntas. No me cuestionaba siquiera el no dormir. En aquel preciso instante, formé parte de todo lo que existió y existe. Así, falta de sentido y exiliada de la vida, rompí en un llanto ni triste ni amargo ni desesperado: un llanto que era simplemente llanto.
Él no se movió ni lo haría. Él ya no tenía motricidad propia. Su organismo respondía a estímulos distintos y ajenos a mí. Hiperventilaba. Tal vez yacía inconsciente. Y yo a su lado: tan viva, tan despierta, tan hipotensa. El asunto es que por algún motivo y de alguna manera, los dos estábamos en la misma cama, en la misma mugrienta habitación, en el mismo lecho inerte en el que se revuelcan los amantes sin alma.
Él. Yo. Yo. Él. No seríamos 'nosotros'. La primera persona cogiéndose a la tercera persona. Punto. Y sólo 'punto' porque éramos demasiado cobardes para ser 'punto y aparte'.
Quise gritar, luego quise fumar y más tarde se me antojó un café. Era de noche, y, a mis ojos, esa noche no era más noche que la anterior ni sería más noche que la siguiente. Era una simple noche, sólo que él estaba a mi lado, semi - vivo, semi - allí, semi - todo.
Yo, literal y simbólicamente desnuda, quise - no lo niego- quererlo un rato. Quise quererlo más que a nadie, pero no tardé mucho en recordar que eso de 'querer querer' es algo que me pasa a menudo; así que permití que mi capricho amoroso siguiese de largo por esas sábanas blancas - que en realidad no eran blancas, pero así las quiero recordar. La habitación de aquel hotel tampoco era verde, pero verde será a mis efectos.
Hubo otros días, sin embargo. Los días de las noches que siguieron a esa noche. Él me miraba desde alguna pared, desde algún rincón, desde algún deseo oculto. Él me miraba y se escondía, se reía y se burlaba desde mi armario. Sentía sus tripas rugir, sentía sus latidos en mi cabeza, lo sentía inhalar.
Pero el problema no fueron los días, sino las noches. Su cuerpo todo se apoderaba de mi mano y se ubicaba en mi Venus, frotándose, frotándome.
Y así, hora tras hora y en el correr de las semanas, aquella noche ya no fue una noche simple ni una simple noche, aquella noche fue una noche en particular en la que una ausencia se convirtió en presencia, y esa presencia no fue digna de ser encontrada, ni mucho menos recordada.
Así, hora tras hora y en el correr de las semanas, quien les escribe se hizo poeta, y él, duro como un muerto, se convirtió en un verso infinito.
Al otro lado de la ventana, alguien hablaba con otro alguien y para mí eso era un tormento; un testimonio de mis propios sentidos, de mis ganas reprimidas de ir más allá de esa habitación, de mi ayer y de mi entonces.
Ya no me hacía preguntas. No me cuestionaba siquiera el no dormir. En aquel preciso instante, formé parte de todo lo que existió y existe. Así, falta de sentido y exiliada de la vida, rompí en un llanto ni triste ni amargo ni desesperado: un llanto que era simplemente llanto.
Él no se movió ni lo haría. Él ya no tenía motricidad propia. Su organismo respondía a estímulos distintos y ajenos a mí. Hiperventilaba. Tal vez yacía inconsciente. Y yo a su lado: tan viva, tan despierta, tan hipotensa. El asunto es que por algún motivo y de alguna manera, los dos estábamos en la misma cama, en la misma mugrienta habitación, en el mismo lecho inerte en el que se revuelcan los amantes sin alma.
Él. Yo. Yo. Él. No seríamos 'nosotros'. La primera persona cogiéndose a la tercera persona. Punto. Y sólo 'punto' porque éramos demasiado cobardes para ser 'punto y aparte'.
Quise gritar, luego quise fumar y más tarde se me antojó un café. Era de noche, y, a mis ojos, esa noche no era más noche que la anterior ni sería más noche que la siguiente. Era una simple noche, sólo que él estaba a mi lado, semi - vivo, semi - allí, semi - todo.
Yo, literal y simbólicamente desnuda, quise - no lo niego- quererlo un rato. Quise quererlo más que a nadie, pero no tardé mucho en recordar que eso de 'querer querer' es algo que me pasa a menudo; así que permití que mi capricho amoroso siguiese de largo por esas sábanas blancas - que en realidad no eran blancas, pero así las quiero recordar. La habitación de aquel hotel tampoco era verde, pero verde será a mis efectos.
Hubo otros días, sin embargo. Los días de las noches que siguieron a esa noche. Él me miraba desde alguna pared, desde algún rincón, desde algún deseo oculto. Él me miraba y se escondía, se reía y se burlaba desde mi armario. Sentía sus tripas rugir, sentía sus latidos en mi cabeza, lo sentía inhalar.
Pero el problema no fueron los días, sino las noches. Su cuerpo todo se apoderaba de mi mano y se ubicaba en mi Venus, frotándose, frotándome.
Y así, hora tras hora y en el correr de las semanas, aquella noche ya no fue una noche simple ni una simple noche, aquella noche fue una noche en particular en la que una ausencia se convirtió en presencia, y esa presencia no fue digna de ser encontrada, ni mucho menos recordada.
Así, hora tras hora y en el correr de las semanas, quien les escribe se hizo poeta, y él, duro como un muerto, se convirtió en un verso infinito.
miércoles, 5 de diciembre de 2012
Reiterados
Otra vez creo no quererte y sé que no te quiero,
pero cuando te quiera tendrás otro nombre,
y otro será tu cuerpo.
Otra vez la banalidad ha sido más fuerte
y yo que ni pura ni casta
ni nunca, ni allí, ni ausente
Otra vez tan lejanos y distintos
como ángeles de la tierra
tan faltos de nada, cubiertos de hierba
¡Y yo que quería quererte como a nadie
amarte por ese siempre tan finito y limitado!
Tejerte un sueño pálido y ronco
como si todos los sueños pudiesen ser soñados.
pero cuando te quiera tendrás otro nombre,
y otro será tu cuerpo.
Otra vez la banalidad ha sido más fuerte
y yo que ni pura ni casta
ni nunca, ni allí, ni ausente
Otra vez tan lejanos y distintos
como ángeles de la tierra
tan faltos de nada, cubiertos de hierba
¡Y yo que quería quererte como a nadie
amarte por ese siempre tan finito y limitado!
Tejerte un sueño pálido y ronco
como si todos los sueños pudiesen ser soñados.
lunes, 3 de diciembre de 2012
Grises
Que si te atase a la mismísima Parca
o a tu ombligo umbilical
y vivieses un poco menos
o murieses un poco más
los de antes, los de entonces
pero diferentes, viejos y cansados
desidiosos, tercos y rendidos
los que alguna vez fuimos
pero en otro tiempo, en un día distinto
en eso que pudo ser futuro,
que pudo ser mañana
y sentirte como si sintiese
sentirme a mí como a más nada
abanico de tibios grises
un 'vosyyo' todo junto
un 'vosyyo' encaprichado
un 'vosyyo' finalmente
como antes, como siempre, como nunca.
o a tu ombligo umbilical
y vivieses un poco menos
o murieses un poco más
los de antes, los de entonces
pero diferentes, viejos y cansados
desidiosos, tercos y rendidos
los que alguna vez fuimos
pero en otro tiempo, en un día distinto
en eso que pudo ser futuro,
que pudo ser mañana
y sentirte como si sintiese
sentirme a mí como a más nada
abanico de tibios grises
un 'vosyyo' todo junto
un 'vosyyo' encaprichado
un 'vosyyo' finalmente
como antes, como siempre, como nunca.
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