Decidimos ser pobres y tomar todo prestado, hasta el oxígeno. Nunca supimos cómo pagar o devolver nada. Ignoramos la propiedad y el consumo. Nada nos cautivaba lo suficiente como para anhelar ser propietarios.
Sin pronombres posesivos, todos nos gastábamos los labios y la vida se nos iba en volutas eternas de palabras dulces, rosas y redondeadas.
Estábamos en todos los puntos cardinales, en cenit y nadir. Comíamos vida y escupíamos en la cara del dolor y el egoísmo.
Sucedió que un día te conocí. Un día me enamoré de ti. Y te quise mío. Quise ahogarte en mi corriente; esa que descubría mientras me perdía en tu pecho agitado. Tu magia se clavó en mi vientre y me abrí pura e ingenua.
Nosotros éramos buenas personas, pero un día yo me enamoré de ti.
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