Decirte adiós a vos o a tu mundo no pesa ni hiere. Tu boca que posa en mi copa no me seduce ni cautiva.
Pero que tu mirada me enmudezca (aún, sí, aún), que tu presencia me inquiete y agite; que tu ausencia me desgarre... eso no me lo perdono.
Que te llore como si de hecho hubiese un recuerdo, un día, un beso o un abrazo no me angustia; es pretender que debo dejarte ir cuando nunca estuviste lo que me amarga.
Desde que me percaté que ya no estabas, mi mundo es de hielo, mi mundo es pequeño, sin noches de juerga ni días de playa.
Pero que respires y rías esperando una palabra más u otro intento de mi parte; que gesticules rogando mantos de piedad a un enero sin verano... eso no te lo perdono.
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