viernes, 30 de agosto de 2013

Del que esperaba.

Detrás de la cerca viva, y un poco hacia la derecha, cruzando el bajísimo portón de metal, una vez recorrida la callecita de adoquines que moría en su acera, estaba él, por supuesto.

Eran los primeros días de un verano, no importa cuál, y las finas texturas cubrían lo imprescindible. El viento movía mi vestido de bambula a su antojo, descubriendo mis muslos o colocando entre ellos la falda del mismo.

Imaginaba, sin extrañar, Montevideo. Intentaba adivinarlo como si nunca hubiese vivido allí, como si sólo hubiese visto alguna vez una foto y el resto bien podía ser un antojo mío. A mis pies estaba Londres, imponente, arrolladora, avasallante y de a momentos, tranquila.

A mi regreso de París, mi gran miedo era precisamente haber olvidado el camino a su casa, pero todo seguía intacto: mi memoria, las calles, el parque, la cerca viva, el portón de metal, la callecita de adoquines, su acera y su guarida - con otro portón de metal, pero alto e intimidante.

Otra vez, Montevideo. Pensaba dónde sería aquello que me rodeaba si estuviese en Montevideo. ¿Carrasco? ¿Prado? Podía ser el Prado inmediato a Millán o a Suárez, con clara intención de convertir al Botánico en ese parque londinense que acababa de cruzar.
Sí, Millán podía ser High Street Kensington, tan a la izquierda ahora de mí. Podía ser, pero evidentemente no lo era, como yo no era aquella que vivió en Montevideo.

Hacía ya tiempo que lo visitaba a diario, mis tardes en Londres eran ya suyas y, exceptuando aquel escape a París, volverían a serlo. Confieso que una vez caminando por la rue Dante, en un ataque de pesimismo onettiano, temí jamás volverlo a ver. Temí incluso que él no fuese real, o, pero aún, que lo fuese y me rechazase. Temí también que lo dejase de amar en el momento mismo en que por fin lo besase, momento tan lejano para mis ansias que fácilmente pude haber muerto de deseo.

Llegué nerviosa a su puerta. El viento seguía despeinándome e intentaba desnudarme sin tregua alguna. Vacilé mucho, más que las otras veces. Porque no era Montevideo ni París, pero en ese instante, bien podía Londres cambiarse de nombre. Ésta no era la historia de un lugar, sino la de un aquel veterano y una chiquilina encaprichada.

Inventé excusas, nombres, anécdotas, chistes. ¡Tenía que decirle algo, algo más rico que mi entorpecida verdad! Debía dejarle algo que no fuese simplemente mi cuerpo en su cama, o, quisiera yo, mis labios rozando sus labios arrugados, mi lengua en su boca, en su pecho con canas.

Como todas las tardes frente a su casa, no llamé a su puerta, como probablemente no llamaría al día siguiente, esperando triste que en realidad él me viese esta vez a mí, y él se enamorase, y él me siguiese, y él me descubriese, y él llamase a mi puerta, y él fuese a París para y con miedo de olvidarme, y que él, vencido por el amor y la lujuria, regresase.

viernes, 23 de agosto de 2013

Epístola al guitarrista

Éramos tan frágiles de alma que cualquier viento fuerte nos alborotaba las emociones.
Y ahí corría yo a convencerte de que todo era posible si queríamos, sin reparar jamás en que vos nunca quisiste. Sin dudas, la peor omisión mía fue no ver que yo tampoco quise realmente; pero yo, que tanto voy de víctima como de mártir, necesitaba convencerte de que todas esas ideas mías eran también tuyas. La maldad más pura, así lo entiendo hoy.

Te mentí tantas veces que tus mentiras no me afectaban, no las sentía ni veía ni tocaba. Ellas, las otras, eran invisibles a mis ojos, aunque estuviesen con nosotros en nuestra cama, y bien sé que fue siempre la cama tuya o la cama del mundo entero, pero nunca la cama nuestra.

Así y siendo sorpresa para ambos, pasaron días, pasaron meses, terminó el verano y empezó el otoño, que luego terminó también. Al invierno lo sobrevivimos como a todos los inviernos, sin respeto ni decencia ni decoro, comiendo del negro huerto eterno de los excesos, lejos el uno del otro pero en la misma habitación.

No hubo cosa tan injusta, sin embargo, como tus celos irracionales. Ellos, los otros, que sí existían y cómo, jamás conocieron el manto macabro que pueden llegar a ser tus sábanas. Vos, malagradecido desde el nacimiento, nunca respetaste la nobleza que había en mi inmundicia.

Resulta más que curioso, después de todo, después de tus ellas y después de mis ellos, que aún nos mirásemos a los ojos y entonces, como si nada, llorásemos de amor.

Particularmente

Vos no sabés quién te ama cuando se te ama sin tramas ni escenarios
vos no sabés de quién hablas cuando hablas de nosotros
vos no entendés la esencialidad del amor y del alma
de sentir, y de sentirte muy particularmente,
de las miradas que quiebran voces
ni de los ojos que tiene el habla
de la necesidad imperiosa de tocar
y de tocarte muy particularmente,
de todo eso, vos no entendés nada.
Vos no sabés cómo espera quien te espera ni por qué,
no sabés vos qué hiciste para sentirte así: vacío, amargo y arrugado
no entendés vos por qué tiene que pasar el tiempo
ni por qué el tiempo pasa para vos muy particularmente.
Vos no sabés que no se puede porque te basta con querer
y a mí, que me irrita y consuela amarte, tenerte y desnudarte
me llega toda esa inconsciencia de vida tuya
hundido en el capricho insolente de no querer saber
perdonado por quién sabe qué demonio
por no querer entender muy particularmente.

Conversación con un muerto.

Que no, que te lo digo yo, que uno no puede andar por la vida así: todo descalzo de alma, sin vacunarse y sin haber leído a Onetti.
Que sí, que te lo digo yo, que el Arte salva tantas vidas como la Medicina.
Que no, que no te compré el libro que querías; tenía la plata sí, pero no te lo compré. No sé ¿por qué no te lo comprás vos? Vos plata tenés. Bueno sí, te lo compré. Yo y mi maldita costumbre de darte lo que ya tenés sólo porque lo querés de nuevo, pero de mí. Y porque es de mí es nuevo, pero no será nuevo siempre. No seré yo nueva siempre.

Que no, que no te corté al teléfono. Que se cortó la llamada.
Que sí, que me lastima escucharte, porque no te quiero pero te quise - ¿viste cómo usamos los poetas esa frase? ¡una muletilla en común con todos los poetas del mundo!
Que no, que no te estoy cambiando de tema. Que sí, que ya no quiero hablar más. Que sí, que ya no quiero hablarte.

Que sí, que tanto daba si moría aquella noche, y tanto daba si me enterraban con vos ¿pero por qué no entendés que yo, tal vez, no quería morir? Que no, que tal vez no esté tan viva pero no estoy la mitad de muerta de lo que estás vos.

Que sí, que nos podemos juntar a tomar un café y discutir a Borges ¡claro que sí! Que no, que no nos podemos juntar a tomar whisky y escuchar a Muddy Waters ¡claro que no!

Que no, que no podés dormir más en mi cama. Que no, que no podés venir más a mi apartamento. Que sí, que iré a tu casa cuando la carne o el alma así lo ordenen. Que no, que no me quedaré. Que sí, que tal vez me quede.

Que no, que no tengo tus llaves. Ya sé que no están en tu casa, están en una casa que no es la mía y que no es la tuya. Otra casa, entendé lo que te digo, tus llaves están en otra casa ¿vos te das cuenta que estamos hablando de una tercera casa? Que sí, que entiendo que es una falta de respeto. Que no, que no lo conoces.

Que sí, que sé que estás triste. Que no, que no puedo hacer nada. Que sí, que yo tampoco estoy bien. Siempre hemos tenido problemas comprendiendo nuestras mutuas flaquezas. Que no, que no te dejé por eso. ¿Qué cómo, que me dejaste vos?

Que no, que no me llames más. Que no seré aquello de lo que tu propia consciencia, voluntariamente, huye. Que sí, que soy el opuesto de tu voluntad. Que no, que ya no te quiero. Que sí, que lo voy a pensar.

Que no, que te lo digo yo. Que sí, que viste cómo es.

martes, 20 de agosto de 2013

De bares *

Es este preciso instante - no el instante anterior ni el instante próximo- el que consume y quema el cien por ciento de mi existencia.
Ésto, bien observado, me explica y justifica infinitamente.


* * *


Es labor del enemigo, con la cobardía que lo caracteriza, apuñalarnos por la espalda.
Los amantes, generalmente altaneros y sinvergüenzas, nos apuñalan en el pecho. 


* * *

No soy creyente: no hay para mí un cielo o un infierno; no hay un dios ni un diablo.
Si fuese creyente, sin embargo, estaría del lado del diablo. Desde un punto de vista estrictamente moral, castigar la maldad es mucho más coherente y conducente que premiar la bondad - acción asquerosamente peligrosa, si se le dedica unos minutos de intelecto.
De ésto se desprende la única conclusión obvia:  todas las religiones son inmorales (al menos desde un punto de vista estrictamente moral)


* * *


Habíamos perdido absolutamente todo, incluso (y muy particularmente) la vergüenza.
No teníamos un honor que resguardar ni bienes que proteger.
Después de una breve pausa y un cruce de miradas cómplices, nos dimos cuenta de que quizá nunca habíamos tenido tanto. 



* * *


No le tengo miedo a la muerte, pero no quiero morir.
Por eso me hice escritora.









* De la maldita costumbre de escribir en servilletas de bares. Algún día las encontrás. 

sábado, 3 de agosto de 2013

Del juego

Mucho he perdido en mi recorrido.

Pero es mucho más lo que he ganado.

Y no perdí mi amor al juego; ni mis habilidades como jugadora.



@PrisUY