lunes, 7 de marzo de 2016

On Women's Day.

As International Women's Day approaches, I see myself once again in the position of explaining (mainly to women) why I do not celebrate this day; and mostly, why I am not a feminist.

Feminism was originally an awe-inspiring ideology and movement- most are positively solid at first - that fought for equality between men and women. Same obligations and same rights for both genders. It was about respect, common sense and real empowerment: the one that enabled women to work, vote and study, among many other rights that for so long only most men had.
Then, sadly, feminism was twisted. By whom? Basically, by feminist movements.

These sentences do not have as a point to become a sort of essay. This is just a personal approach to a sensitive topic that has been misunderstood or biased. Or both.
Why do I even bother? Well, because I am tired of being accused of sexism every March, "the month of the woman", as it is called in my country. Who accuses me of such thing? Feminist women, those who claim to fight for "our" independence and liberties, appear to get quite uncomfortable if one with a vagina dares disagree with them.

So here I go (again):


1. In the same way I don't want to be punished or diminished (socially, politically, economically) just  for having a uterus, I refuse to be rewarded (socially, politically, economically) just for a uterus.

2. I am not full of hatred.

3. Being a woman has its benefits and I, like most women on Earth, use them. Therefore, I will not be a childish hypocrite that enjoys the perks but yet makes a scandal because not everything is as ideal as it is supposed to be.

4. I do not use victimization as a tool to get what I want. For that, I trust my intellect, skills and emotional strength.

5. Being a man is not a walk in the park. It is not now, it has never been.

6. Women rights are violated around the globe every day. It is an insult to those women who suffer from real oppression to cry because someone stared at my butt while walking down the street. We, humans, all together, should fight the oppression that still remains; regardless the gender, race, nationality, education or buying power of its victims.

Thank you all for reading.
Have a great day, for the reason (s) you choose!



P.

martes, 16 de febrero de 2016

Cuando odiar está bien: la rubia de Rombai.

El hilo más fino de la hipocresía es - si no es que todos sus hipotéticos hilos son, en efecto, finos - ver cómo quienes dicen que odiar está mal y lo correcto es, por supuesto, tolerar; odian sin tolerancia alguna a la rubia de Rombai o a Victoria Rodríguez. Y ese odio, que se desparrama ''valientemente'' por cuanta red social haya, de repente, está copado. Recibe aplausos. Retweets. Se comparte y comenta. Para algunas personas, odiar estar está mal, salvo en muchísimas excepciones.

Aparentemente - sepan disculpar mi ingenuidad, les ruego - si el odiado es la persona correcta, odiar es cool.  Más aún: si se odia en masa, entonces odiar es loable. Como el nazismo, pero sin esvástica. O el bullying, pero sin matón. O, me corrijo, donde el matón son todos por igual. Y si es por igual, seguro debe estar bueno. Porque la igualdad, así sea en el odio, está buena.

El problema de mis anteriores párrafos es que están en sarcasmo avanzado. Porque no, gente, odiar no está bien. Envenenar no está bien. Tirar excremento al otro sólo porque tengo una herramienta que me permite hacerlo (¡y en público!) no le da al odio un ápice de magnanimidad. Recibir muchos ''likes'' por defenestrar a una persona cuyas acciones no me perjudican en absolutamente nada no eleva al odio al nivel de virtud. El odio, por compartido que sea, es siempre condenable. Es, fue y será un sentimiento vil que debemos evitar.

¿Por qué nos cuesta tanto ser las personas que queremos o, peor aún, decimos ser? ¿Qué se siente mirarse al espejo y ver a alguien que es popular por diez minutos en una red social (ah, volvió el sarcasmo) por lanzar dardos a la víctima de moda? ¿Es una especie de placer? ¿Qué es?

No te equivoques: no te quito tu libertad ni tu opinión. Podés, sí, pensar lo que quieras y manifestarlo. Pero la libertad, al final del día, no hacer lo que uno quiera. La libertad requiere sí o sí de responsabilidad, y lanzar mierda es un acto de irresponsabilidad, por lo tanto, este acto es un mero capricho - no libertad.

Muchos músicos del medio uruguayo se han ensañado con la rubia de Rombai y los... ¿cuatro? ¿cinco? que están detrás. Hablo de músicos grosos, de primer nivel. Ni siquiera aclararé que están en todo su derecho de hacerlo (leer párrafo anterior) ¿Pero saben lo que pasa? Que si Zakk Wylde conociese a Rombai, no entraría en esa. Ni Darryl Jones. Ni Jeff Beck. Ni Jimmy Page. Ni Ray Charles ni Muddy Waters de estar vivos. ¿Por qué? Simple: Rombai no les quita nada. Ni les saca comida de la boca ni gente de sus shows.
Los grandes músicos uruguayos que forman parte del... ¿movimiento anti-Rombai? se olvidan de algo. Sí, ellos son libres de expresar su opinión. Pero el público también es libre, y el público elige cada segundo. Y no se pueden enojar con el público por no elegirlos a ellos.

En 2014 publiqué mi primer y hasta el momento único libro, ''La cabeza de Dios''. No ando por la vida burlándome de los lectores de ''50 sombras'' o de cualquier cosa que Paulo Coelho haya escrito (o escribirá). ¿Me gustan? No. Para nada. Y ahí termino mi historia. Ahora bien ¿agarrar de punto al público, vilipendiarlo, tratarlo de estúpido y, como si fuese poco, llorar como adolescente porque de la nada apareció alguien más popular? No.  No es la mía. Ni Coelho ni la de ''50 sombras'' son culpables de que yo no venda más libros.


La rubia de Rombai no sabe cantar - y probablemente jamás aprenda. Victoria Rodríguez es, de a momentos, muy... Victoria Rodríguez, todos sabemos eso.  Kanye West es un ser humano que, precisamente como humano, deja mucho que desear; al igual que su esposa y todo ese clan que son las o los Kardashian y lo que sea que hagan. ¿Y saben qué hago yo con respecto a mi ''no gusto'' por ellos y otros tantos?
El concepto es muy innovador y un tanto pretencioso de mi parte pero lean bien: no los consumo. Ya está.

¡Seré loca!


martes, 9 de febrero de 2016

Serendipia prematura.

Había sido una noche como tantas, como las de años atrás. Ella caminaba concentrada en mantener el equilibrio -se sabe que no siempre es fácil - y no miró hacia atrás ni por un instante. Estaba perdida, sí, pero no particularmente perdida.

Había, sin embargo, un problema: no sabía tampoco hacia dónde iba. Y, si no hubiese sido porque un chico se lo preguntó, probablemente no se habría dado cuenta sino hasta el mediodía. Se sentó, como pudo, en el cordón de la vereda. Eran como las siete de la mañana o a las nueve y media pero seguramente no era mediodía aún. Muchos borrachos en la calle, muchos con los que probablemente habló, o, quién sabe, mejor no saberlo.

Fumó y se quitó los zapatos. Sacó de su cartera objetos definitivamente no suyos, pero a esas alturas, tampoco ajenos. Un labial, un colgante y tapas de botellas de cervezas importadas. Pensó en todo lo que estaba bien en el mundo y en todo lo que estaba mal, pues habría cosas que siempre estarían mal y nadie podría hacer nada para cambiar esas cosas; como los malos olores o los sonidos muy fuertes. O como esa gente, por ejemplo, que te habla antes de que desayunes ¿por qué alguien haría eso? ''Un 'buenos días' da y sobra'' se dijo, o quizás lo dijo, así, para toda la calle, porque para un borracho pensar y hablar son la misma cosa.

La otra gente - que era muy poca y también estaba borracha- la miraba extrañada a veces, pero ella los ignoraba. La gente siempre mira pero nunca ve. Ella sabía eso y lo sabía bien, ella era una de esas ciegas a voluntad. Pensó en qué haría mañana u hoy (para los borrachos, ''mañana'' y ''hoy'' son el mismo punto en el tiempo) y quiso irse a la costa o al campo o al extranjero. ¡Hacía tiempo ya que no iba a Uruguay! ¿Por qué? No lo sabía muy bien, quizás por los sonidos muy fuertes, o la gente que siempre habla mucho antes del desayuno. Pero mañana, o tal vez incluso hoy, volvería; al menos por un fin de semana. No. El fin de semana había terminado. Bueno, iría.


Se preguntó también si habría dormido con alguien, pero acá todo se hacía demasiado confuso. Creyó llorar pero descartó la idea casi de inmediato, fingiendo una sonrisa para ganarle de mano a cualquier otra emoción. ''La cosa es mentirse a uno mismo'' se dijo.


Recorrió todo con la vista: los contenedores desbordados, la mierda de las palomas en los parabrisas, y hasta vio a las palomas pecando. Todo era borroso. La fuente, los árboles. El olor del puerto. Pensó en Diego ¿había salido con Diego esa noche? No, seguramente no. Pero quizás lo vio en alguno de los bares, o se confundió, porque Diego no tenía nada que los demás no tuviesen. Admitía ser incapaz de reconocerlo en una multitud. Y era cierto.

Estaba débil y con frío. Se abrazó a sí misma, casi con el mismo asco con el que cualquier persona que la había abrazado hasta entonces había sentido. Y ahí, sí, recién en ese momento, se percató de la sangre, de la herida de bala en el hombro. Supuso que era una bala, echando por tierra la posibilidad de un cañón o una granada. Río. Ella siempre se hacía reír y llorar, podía despegarse de cualquier circunstancia para hacerse un chiste. O para el flagelo. ¡Ella podía hacer tantas cosas! ¿Cómo nadie se daba cuenta?

Ya casi se desvanecía y le urgió buscar un último pensamiento. Revolvió toda su cabeza, algo debía haber. No quería irse con el mal chiste de las granadas y los cañones. No quiso tampoco pensar en su hijo porque se pondría triste y ella quería irse feliz, con una sonrisa.
Allá, en la cárcel, en la ''tumba'', había habido algo bueno: Melisa.

Y se tumbó a pensar en Melisa, así, tranquila, despacio, muy lento, toda Melisa. Pero Melisa se fue y no dijo adiós. Se fue y no dio motivos. Se fue después de haberla quemado con una plancha de esas de antes. Y así, llorando, dejó de pensar.



martes, 10 de marzo de 2015

Lo indecible.

La escritora armaba a su personaje femenino que, lejos de ser 'La niña de Guatemala', debería morir de amor. La armaba y la desarmaba, como hacen todos los escritores cuando juegan a ser el dios de seres que no existen. La escritora sonrió: recordó haber dicho algo por el estilo en alguna entrevista.

'Debe morir - pensó - porque no soporta la ausencia del hombre que ama. No soporta tampoco su presencia y ni siquiera sabe si lo ama'. Es evidente que todo ello sería mortal, lo supo siempre.

'¡Qué curioso - pensó la escritora- que necesite justificarme su muerte! ¿Por qué no la puedo simplemente matar?'. Lo mismo se cuestionaba su personaje femenino, no entendía por qué no podía arrancarse a ese hombre, a ese vil hombre por el que mataría ¿quién era él? ¿quién había sido ella después de él?

La escritora reparó en el mundo más allá de su ventana. No identificaba ningún rostro. Los transeúntes se le antojaban viejos y cansados. Ella escribía, llena de vida para ella, para todos sus personajes, para todos sus mundos. Cerraba los ojos y se imaginaba ser más extranjera de lo que era, se veía como un ser de otra tierra, alguien tan ajena a todo como le fuese posible. Vio a un niño bailando y fue como verse a ella, a ella y a Fabiana, que fue su primera instructora de ballet. El niño se percató de que era observado y rió. También rió la escritora y volvió a sus papeles. Tomó vino.

'Debe morir porque no soporta tanto dolor dentro, porque se ha perdido, porque ya no es ella. Porque sólo puede hacer nuevos amigos: los de antes la desconocen. ¿Quién era ese hombre al que protegía y apuñalaba? ¿Quién era ese hombre que, hiciese lo que hiciese, jamás podría amarla?'. El personaje femenino y el masculino habían tenido alguna historia poco clara (¿acaso no lo son todas?) también en una tierra lejana, lo que dificultaba el olvido y obstaculizaba la vida. Borrarlo a él era burlar la geografía, era borrar los mismísimos mapas.

'Debe morir - pensó la escritora- porque apenas si duerme, y duerme sólo para soñar con él, para verlo alejarse, lo sueña sin ella, lo sueña despreciándola, lo sueña riéndose de ella, juzgándola, en fin, matándola. Debe morir - pensó la escritora - o caso contrario, él la mata'.

La escritora tarareaba una melodía eterna, gris como la ciudad que habitaba. Miró unas cartas, eran unas cuantas. Las comparó. El remitente había sido galante y atento al principio. Supuso, dado la frecuencia con la que había recibido correspondencia, que le había escrito casi a diario. Las cartas se hicieron menos frecuentes y el lenguaje cambió. Se hizo frío y distante y un buen día simplemente dejó de recibir cartas.  Leyó reproches que no comprendió, que le eran absurdos. Cuidadosamente, la escritora colocó sobre la mesa la primera y la última carta, una al lado de la otra. Lloró hasta quedar dormida. Tres horas después despertó violentamente: el remitente, en sueños, se alejaba y se reía de ella,  le contaba que había al fin conocido a una mujer de verdad. 'Por suerte - pensó la escritora- nunca lo amé'.

'Debe morir porque no hay escape: de nada sirve jamás volverlo a ver, el daño ya estaba hecho - pensó la escritora. Quizás en volverlo a ver estaba la respuesta, en hablar, en saber qué pasó'. Pero la escritora sabía que el remitente no daba explicaciones.
'El personaje masculino - pensó la escritora - creía que lo que el personaje femenino sentía por él no era sano, que ella estaba fuera de sí, que cualquier cosa que le sucediese - pensó la escritora - nada tenía que ver con él, sino con su misma naturaleza salvaje e irresponsable, con la propia desidia constante del personaje femenino'.

La escritora se preguntó si el remitente sabría lo que había causado en ella. El escritor masculino, por su parte, estaba muy al tanto de los sentimientos del personaje femenino - y los aborrecía.



El personaje femenino - se decidió por fin la escritora- murió un martes -al igual que la escritora - y, por increíble que parezca, del mismo modo, en el mismo sitio, a la misma hora. Ni el personaje masculino ni el remitente se enteraron jamás.

jueves, 26 de febrero de 2015

Daphne.

El mundo es un lugar extraño y empequeñecido. Lo empequeñecieron los libros y los aviones – tengo una evidente obsesión por ambos.
¿Qué lo hace así de extraño? Nosotros, sus habitantes.

Él se llamaba Hugo y yo por entonces me llamaba Daphne.


Al pasar la colina, y hacia la izquierda, justo detrás de la única cabaña que daba al río, vimos a Kaira, que no nos esperaba sino hasta las ocho. Hugo y yo caminábamos rápido.
Adentro, Ricardo preparaba el fuego. La mesa ya estaba servida. Habían pasado veinte de las siete.

Kaira se había casado con Ricardo hacía ya un año, justo después de divorciarse de Hugo – con quien yo jamás me casaría. Yo jamás me casaría.

Durante la cena hablamos de la economía, de las elecciones, del cambio climático y de las virtudes que concedía al Hombre la mortalidad.

Pagliacci, dije, me conmovía siempre. Kaira estuvo de acuerdo y Ricardo encendió una pipa vieja, que seguramente habría heredado o comprado en la tienda de antigüedades rusa (la única del pueblo). Hugo no dijo nada porque él sólo hablaba de sí mismo.
¿Klimt o Kandinsky? Bueno, a Klimt - le dije a Kaira - sólo lo podés comparar con Klimt, pues ni siquiera Schiele... ''¡Sería como comparar a Monet con Rembrandt!'', exclamó Ricardo.
Hugo no dijo nada porque él sólo hablaba de sí mismo y aseguraba no entender el Arte.

Discutimos sobre la objetivización del ser y la antropomorfisación de lo insulso e inerte en la Literatura, llegando a la alienación y la despersonificación (Kafka, claro está). Todos temíamos, por ese entonces, despertarnos siendo una cucaracha. Menos Hugo, que sólo tenía miedo de sí mismo.

Kaira servía más vino y quizás nos salteamos el postre, que era un strudel de manzana con pasas (nunca entendí por qué no sustituyen las pasas con nueces, que son mucho más amigables) Pero quizás alguien probó el postre - seguramente Hugo.

Ricardo, aún detrás del humo, habló de la decadencia de The New Yorker. Yo (cuando era Daphne) conocí a su editor en jefe y me alteré mucho ante tal observación. Kaira vertió un manto de piedad (de vino) en nuestros vasos. Yo dije algo de Warhol, de Nico y de los planos estilizados y espaciosos de Michelangelo Antonioni. ''Antonioni es un director italiano que quiere ser, a cualquier precio, un director italiano'' - bromeé. Todos rieron, con excepción de Hugo, que nunca reía.

El mundo es un lugar extraño en el que se toma mucho vino.

martes, 24 de febrero de 2015

Los gatos.

Él escuchaba la Sinfonía No. 7 de Bruckner y pretendía, con lentos y torpes movimientos – de esos que provoca el frío- encender un cigarro. Él, que procuraba respetar las reglas, fumaría dentro de la habitación. Él, hoy, sería distinto. Él, hoy, sonreiría.

Ella iba por su segundo vino – su segunda botella de vino – y cantaba, en el pésimo francés que tanto la avergonzaba, “Non, je ne regrette rien”. Recordaba su última semana en París, cuando intentó ser turista y pagó diez euros por un café aguado en un puesto callejero cerca de Montmartre. Apoyó su copa en una pila de libros que descansaba sobre el piso. Las lágrimas, cargadas en rímel, dibujaban surcos negros en sus mejillas. Non, rien de rien.

Alemania era poderosa, gélida, encantadora. Alemania era, sí, una versión poderosa de ambos. Lejos había quedado el país donde habían nacido, que era (no casualmente) el mismo. Nunca lo cargaban consigo, apenas si lo nombraban. Muy lejos estaba aquel país que “parece más pequeño de lo que es porque está entre dos gigantes, pero duplica el tamaño de Austria’’.

Tocaron su puerta, la suya, la de ella. Secó su llanto con la manga de su camisa, que no era suya, sino de él. No era suya pero lo sería por derecho, por usos y costumbres. Abrió. Era Karl.

- Temperaturas bajo cero y tú de camisa – observó Karl, en excelente Español.
- He estado en sitios más fríos.
- Supongo que no te refieres a puntos geográficos.

- Me refiero, entre otras cosas, a puntos geográficos.

Rieron. Karl se sentó en el sofá y brindaron con cerveza.

- Piaf no es un buen síntoma ¿verdad?
- Piaf – contestó ella – es lo más optimista que ha pisado Europa. Después de mí, claro está.
- Después de ti antes de llorar.
- ¿Viniste a analizarme, Karl? No es buen día – dijo ella, con hartazgo anticipado.
- ¿Hace cuántos días no es un buen día? - insistió él.
- ¡Tenía que haber adivinado las verdaderas intenciones de la cerveza, amigo!

La gata se sentó en su falda, olía su camisa. El gato caminaba impaciente, como si no quisiese estar en esa habitación.

- Yo me acercaba a su cuello – confesó ella, con lengua inepta – no para besarlo, sino para olerlo. Me gustaba su olor. Al final lo besaba sí, pero sólo porque mis labios lo rozaban involuntariamente. Mi nariz no es tan grande – bromeó, mientras disimulaba en vano una lágrima.

- ¿Lo amas? - preguntó Karl, pasándole un pañuelo.

- Gracias. Pues fijate tú – el ‘tú’ le costaba mucho, dado su país de origen – que yo creo que uno ama siempre. A veces, uno ama un poco más. Fue sólo eso, Karl. Fue un simple ‘un poco más’.

- No te creo. ¿Me amas a mí, por ejemplo?

- ¡Claro que sí! - contestó, al tiempo que largaba una carcajada.

El cuarto cigarro ya no sabía a nada, pero él se había acostumbrado a que ni el dolor doliese. Bruckner llegaba al éxtasis y él, adormecido, seguía sonriendo. Pensó en ella, pero por accidente.
Descartó cualquier posible sentimiento, él podía hacerlo. ¿Ella no? Pues ése era entonces su problema, no el suyo. Ella se iría y él tal vez la recordase; no se lo negaba a él mismo. Prefería pensar en los gatos, porque los gatos jamás le cuestionaban nada. Ella era emocionalmente violenta, visceralmente ruidosa. Ella se iría y él volvería a estar con los gatos, sólo con los gatos, que al igual que él, la querían. Ella se sentía cómoda con los gatos, porque los gatos jamás se cuestionaban nada.

Karl chequeó el reloj y la miró con apuro.

- Tu vuelo sale de Munich en cuatro horas, ya deberíamos estar en la estación de tren.

- Dame cinco minutos, Karl.

Karl salió de la casa con su equipaje y la esperó en el auto. Ella se vistió rápidamente con lo que había apartado (y con la camisa de él aún puesta) y tomó a los gatos, que la seguían ahora en cada movimiento, como intuyendo lo obvio. Los besó, los abrazó y lloró. Aún después de cerrar la puerta, los vio a través del vidrio. Se alejó un poco y miró la casa por última vez. Subió al auto y sólo entonces él salió de su habitación, que apestaba a humo.


Non, rien de rien.


viernes, 6 de febrero de 2015

Mi tortura

Justo ayer escribía sobre las pesadillas que tenía al fingir dormir con vos.
Justo ayer escribía e, ironía mediante, me quedé dormida.
Y volviste a mis pesadillas, a despertarme en la madrugada,
a desahuciarme, a quebrarme, a romperme, a usarme y olvidarme,
a matarme.
Volviste a no volver, a no aparecer, a callar, a mirar para otro lado.
Volviste a mis pesadillas, que se parecen demasiado a mis recuerdos.
Volveré yo entonces a fingir dormir.


jueves, 5 de febrero de 2015

Hipótesis

Yo me hacía la dormida y aun así, tuve pesadillas.  Despertaba (¿despertaba?) empapada: de las sábanas, de la calefacción exagerada, de vos. Podría haber muerto ahí mismo, ¿sabés? Podría haber muerto a tu lado - ten a bien quitar toda connotación romántica a esta última frase, me estoy refiriendo a un mero caso hipotético que ya no fue.
De hecho, me podría haber muerto en cualquier punto de nuestra historia: aburrida como vos, insignificante como vos. Bien podría haberme muerto, pero tanto mejor era que te murieses vos.

¿A quién culpamos, entonces? ¿Al comunismo, a las drogas, al gobierno, al destino? Yo elijo culparte a vos.  Y al gobierno. Y al destino. Y a dios. Pero no creo en los últimos tres.

Bien podríamos habernos amado - ¡imagina tal aberración! O fingido. Yo sí creo que podríamos haber fingido, que no costaba nada, o que costaba mucho menos que todo lo que sí costó. Bien podríamos haber fingido ¿sabés? A mí no me costaba nada hacerme la dormida cuando me hacía la dormida con vos. ¿Por qué no fingimos, entonces, los dos?

¿Sabés cuál es el problema ahora? Que para mí es demasiado temprano. Que el tiempo no pasa o el tiempo no para, pero el tiempo siempre está haciendo algo que te aleja, que te barre, que te escupe y te asesina. El tiempo es una pesadilla que existe sin que nadie lo sueñe cuando finge dormir.

Hoy, el más preciado de mis recuerdos, de nuestra historia juntos (''juntos'', entre comillas) es todo lo que bien pudo haber sido y que por tu pura cobardía no fue; todo lo que soñé que fuimos mientras me hacía la dormida.




05

Desearía que me amaras. Sólo así podría dejar de amarte.

Separados pero revueltos.


Todos los poemas, todos los poetas,
una vida entera para conocerte, para amarte
para olvidarte y volverte a conocer;
para cargar mi cruz y la tuya,
que es la cruz del mundo entero,
esa cruz que nadie más pudo cargar.



Todas las noches, pero esta noche,
esta noche que se sumerge en un grito mudo y desesperado
que más que grito, es llanto,
que más que llanto, es voz
que más que voz, es la voz tuya.


Todas las noches con poetas,
que son el absoluto de las noches de la historia,
desde siempre sin vos, desde siempre conmigo,
pero a cuestas tu nombre, pero a cuestas la vida,
hoy te amo de noche, hoy te amo en poesía.