lunes, 30 de septiembre de 2013

Poema Nro. 6

Del beso que agita el alma y provoca
arrancando las pieles de las noches sin luna
navegando los mares de tu ausencia y delirio
impidiendo, si acaso, amarte o amarte menos
está el deseo que muere y renace
la vida entera que estoy dispuesta a darte.

Porque te quiero

Te guardo muy dentro de mí
ahí nomás, cerquita de mi alma
de mis huesos
para tenerte cuando te vayas
para besarte en el olvido
para cuidarte de todo y todos
de mí y de vos mismo
para sangrar tu sangre
y llorar tus penas
y recoger tus fuerzas
o darte las mías propias
para no despedirte nunca
para no faltarte jamás
para gritarte a veces
para quererte siempre.

domingo, 29 de septiembre de 2013

Molestia

Tenés mi poesía, hombre
que nunca leíste y quizá ya nunca leerás
tenés mi cuerpo en tu cama
mis manos en las tuyas
mi cabeza en tu pecho
mi puño y letra
mis secretos y confesiones
mi locura desmedida
mi deseo de tenerte dentro de mí
mi lengua por tu espalda
mi amistad, mi lealtad, mis verdades
mi temperamento agitado
tenés mis gemidos
y mi humedad en tus sábanas
tenés mis silencios
y buena parte de mis palabras
y no me molesta, amor,
que de vos no tenga nada
pero me molesta, y no es poco
que ni siquiera me moleste.

De tu pregunta.

¿Que qué me pasa? ¡Vaya pregunta!
Me pasa que no sé si armarme de coraje y ser fiel a mi orgullo,
y exigirme en tu cama, en tu piel y en tu alma
ya que si no me dieras eso, más prudente sería
que no me dieses nada
o, en cambio, jugar tu juego y tenerte apenas
cuando vos me quieras
cuando vos me llames
cuando a vos se te antoje
cuando no tengas nada excepto a mí.

Me pasa, mi amigo, que te quiero
y puede que te quiera mucho, demasiado
y puede que, tal vez, esperar tus besos me agote
y buscarte me duela
y esperarte me aburra
pero irme me asuste
porque no quiero irme realmente
sino que quiero quedarme
pero quiero, mi amigo,
que quieras que me quede.

Me pasa que quiero poner el mundo a tus pies
y a mi corazón en tus manos
y a mi lengua en tu boca y tus labios.

Me pasa, mi amigo, que por poco te amo.

lunes, 23 de septiembre de 2013

De mis capacidades.

Yo puedo, relativamente fácil, cuando quieras, sin presión ni apuros, poner el alba a tu nombre.
Puedo también, como quien no quiere la cosa y disimuladamente, dejar morir mis labios en los tuyos para siempre.
Puedo yo asimismo, y ojalá vos quieras que yo pueda, ser tu abrigo, tu voz, tu pulso, tu paisaje.

Yo puedo bajar mi guardia, mis escudos, mis defensas y toda mi seguridad emocional en pos de que me creas cuando te digo que yo puedo.

Yo puedo, mi amigo, si sólo me abrieses un poco la puerta y con miedo a que me malinterpretes... ¡qué va! Sin vergüenza alguna ¡yo puedo amarte!

Promesa.

No te vayas hoy
no te vayas por ahora
no te vayas, si acaso, nunca.

No te vayas de mi vientre
y no me iré de tu pecho,
no te vayas de esta boca que te nombra.

No te vayas de mi tiempo
de mis espacios infinitos
ni de mi lengua libre que te busca.

No te vayas, compañero,
de mi ombligo ni de mis senos
ni de las sábanas que nos convocan.

No te vayas, amigo,
que aunque estés roto te quiero
y que tus manos, antes vacías, ahora tienen las mías
y tu tristeza con mi amor se cura.

No te vayas, compañero, que planeo dejarte como nuevo.

jueves, 5 de septiembre de 2013

La madre

A la vuelta del hotel en el que se hospedaba Jorge, Constanza había instalado un puesto ambulante de flores. Hacía sólo dos meses se había dedicado exclusivamente a la venta de frutos rojos. Antes de eso, si la memoria no me falla, su negocio era la comercialización de colgantes de alpaca. Había incluso vendido pollitos, y siempre allí, en el mismo puesto ambulante. Lo cierto es que ahora era florista, y a Jorge le gustaba que fuese florista.

Jorge se sentía extraño en aquel Montevideo luego de su vida en Europa. No, no era europeo, en absoluto, pero lo cierto es que tampoco era uruguayo. De paso por Uruguay, y solamente por negocios, no tenía siquiera una casa a la que ir, viéndose obligado a morir en hoteles de dos o tres estrellas.
Este hotel en particular, sin embargo, se le antojaba pintoresco, parisino. Todo por Constanza, la ahora florista de ojos verdes.

Tan cautivado estaba Jorge por la florista que, siguiendo el consejo del recepcionista y dueño del hotel - a saber 'apurate antes de que se le dé por vender mates' - inventó una madre muerta. La madre de Jorge, Esmeralda, vivía a las afueras de París con su amante inglés, y ambos se dedicaban a la cría y venta de caballos, pero, a efectos de esta historia, Esmeralda estaría muerta y Jorge jamás pudo superar su partida. Tanto era así, que todos los días compraba flores a Constanza y las arrimaba, acongojado, a la inexistente tumba de su progenitora, allá por Cementerio Central.


A la tercera compra y conversación mediante, Jorge y Constanza quedaron en tomar un café al regreso del cementerio, con el debido respeto, claro está. Iniciaron pronto un fogoso romance, de esos que tienen los jóvenes y no cincuentones como Jorge - treinta años mayor que su cortejada, a todo ésto - pero Jorge jamás, ni un sólo día, dejó de comprar flores a Constanza. Nunca permitía que la florista le regalase un clavel, pagaba por cada flor, cada pétalo y cada espina. 'Que el amor es una cosa y los negocios son otra', decía.

Pasaba de a dos a tres horas en el Cementerio Central. Se sentía lleno de dicha por tener a una hermosa y joven florista de ojos verdes, uruguaya hasta la médula, como amante. No recordaba la última vez que tuvo a una exquisitez semejante en su cama: aquella trigueña, de pechos pequeños pero firmes, de pezones endurecidos y evidentes, de estrecho sexo juvenil se fue convirtiendo en su fortuna, en su único tesoro.

Pasaron los meses y contra todas las predicciones, Constanza continuó en el negocio de las flores ¡ahora hasta rosas azules vendía! Jorge había hecho todo tipo de malabares para extender su estadía en Montevideo, aquella, su ciudad. Estaba considerando incluso alquilar algún apartamentito, ¿en Buceo quizá?Sí, allí Constanza tendría otro cementerio y duplicaría su venta de flores con puestos clave frente a dos cementerios clave. Él la ayudaría y pagaría incluso el salario de algún empleado que pronto sería necesario. Lo tenía todo pensado, era algo que estudiaba a diario en sus visitas al Central.

Cierto día, Jorge volvió más temprano del cementerio, apenas si había estado media hora. Su mundo colapsó al ver a la florista a los besos con un veinteañero que subía a un coche deportivo, último modelo.
Constanza no hizo demasiado para arreglar la situación: se excusó, y mucho lo sentía pero estaba enamorada de Felipe, 'que siendo incluso mucho más joven que vos, Jorge, no es un hijito de mamá como vos, Jorge, que llorás todos los días a una madre muerta hace cinco años, que yo no, Jorge, que yo no quiero ser tu madre, yo quiero ser tu mujer ¡y qué mujer que soy, Jorge, date cuenta! Así ninguna te aguantará mucho, Jorge'.


El recepcionista, dueño de hotel y otrora consejero amoroso e informante, encontró a Jorge muerto en su habitación. Se había volado los sesos en el minúsculo baño, empapando en sangre espejos y azulejos.
Dejó una notita, como todo cobarde, que muere con palabras en la garganta. No podía, no concebía la vida sin Constanza, que, por fresca que fuere, era todo lo que tenía. 'Y que menos mal que mamá, santa ella, está muerta, salvándose de haber conocido así a tremenda arpía, que hizo de mí un suicida'.