jueves, 26 de febrero de 2015

Daphne.

El mundo es un lugar extraño y empequeñecido. Lo empequeñecieron los libros y los aviones – tengo una evidente obsesión por ambos.
¿Qué lo hace así de extraño? Nosotros, sus habitantes.

Él se llamaba Hugo y yo por entonces me llamaba Daphne.


Al pasar la colina, y hacia la izquierda, justo detrás de la única cabaña que daba al río, vimos a Kaira, que no nos esperaba sino hasta las ocho. Hugo y yo caminábamos rápido.
Adentro, Ricardo preparaba el fuego. La mesa ya estaba servida. Habían pasado veinte de las siete.

Kaira se había casado con Ricardo hacía ya un año, justo después de divorciarse de Hugo – con quien yo jamás me casaría. Yo jamás me casaría.

Durante la cena hablamos de la economía, de las elecciones, del cambio climático y de las virtudes que concedía al Hombre la mortalidad.

Pagliacci, dije, me conmovía siempre. Kaira estuvo de acuerdo y Ricardo encendió una pipa vieja, que seguramente habría heredado o comprado en la tienda de antigüedades rusa (la única del pueblo). Hugo no dijo nada porque él sólo hablaba de sí mismo.
¿Klimt o Kandinsky? Bueno, a Klimt - le dije a Kaira - sólo lo podés comparar con Klimt, pues ni siquiera Schiele... ''¡Sería como comparar a Monet con Rembrandt!'', exclamó Ricardo.
Hugo no dijo nada porque él sólo hablaba de sí mismo y aseguraba no entender el Arte.

Discutimos sobre la objetivización del ser y la antropomorfisación de lo insulso e inerte en la Literatura, llegando a la alienación y la despersonificación (Kafka, claro está). Todos temíamos, por ese entonces, despertarnos siendo una cucaracha. Menos Hugo, que sólo tenía miedo de sí mismo.

Kaira servía más vino y quizás nos salteamos el postre, que era un strudel de manzana con pasas (nunca entendí por qué no sustituyen las pasas con nueces, que son mucho más amigables) Pero quizás alguien probó el postre - seguramente Hugo.

Ricardo, aún detrás del humo, habló de la decadencia de The New Yorker. Yo (cuando era Daphne) conocí a su editor en jefe y me alteré mucho ante tal observación. Kaira vertió un manto de piedad (de vino) en nuestros vasos. Yo dije algo de Warhol, de Nico y de los planos estilizados y espaciosos de Michelangelo Antonioni. ''Antonioni es un director italiano que quiere ser, a cualquier precio, un director italiano'' - bromeé. Todos rieron, con excepción de Hugo, que nunca reía.

El mundo es un lugar extraño en el que se toma mucho vino.

martes, 24 de febrero de 2015

Los gatos.

Él escuchaba la Sinfonía No. 7 de Bruckner y pretendía, con lentos y torpes movimientos – de esos que provoca el frío- encender un cigarro. Él, que procuraba respetar las reglas, fumaría dentro de la habitación. Él, hoy, sería distinto. Él, hoy, sonreiría.

Ella iba por su segundo vino – su segunda botella de vino – y cantaba, en el pésimo francés que tanto la avergonzaba, “Non, je ne regrette rien”. Recordaba su última semana en París, cuando intentó ser turista y pagó diez euros por un café aguado en un puesto callejero cerca de Montmartre. Apoyó su copa en una pila de libros que descansaba sobre el piso. Las lágrimas, cargadas en rímel, dibujaban surcos negros en sus mejillas. Non, rien de rien.

Alemania era poderosa, gélida, encantadora. Alemania era, sí, una versión poderosa de ambos. Lejos había quedado el país donde habían nacido, que era (no casualmente) el mismo. Nunca lo cargaban consigo, apenas si lo nombraban. Muy lejos estaba aquel país que “parece más pequeño de lo que es porque está entre dos gigantes, pero duplica el tamaño de Austria’’.

Tocaron su puerta, la suya, la de ella. Secó su llanto con la manga de su camisa, que no era suya, sino de él. No era suya pero lo sería por derecho, por usos y costumbres. Abrió. Era Karl.

- Temperaturas bajo cero y tú de camisa – observó Karl, en excelente Español.
- He estado en sitios más fríos.
- Supongo que no te refieres a puntos geográficos.

- Me refiero, entre otras cosas, a puntos geográficos.

Rieron. Karl se sentó en el sofá y brindaron con cerveza.

- Piaf no es un buen síntoma ¿verdad?
- Piaf – contestó ella – es lo más optimista que ha pisado Europa. Después de mí, claro está.
- Después de ti antes de llorar.
- ¿Viniste a analizarme, Karl? No es buen día – dijo ella, con hartazgo anticipado.
- ¿Hace cuántos días no es un buen día? - insistió él.
- ¡Tenía que haber adivinado las verdaderas intenciones de la cerveza, amigo!

La gata se sentó en su falda, olía su camisa. El gato caminaba impaciente, como si no quisiese estar en esa habitación.

- Yo me acercaba a su cuello – confesó ella, con lengua inepta – no para besarlo, sino para olerlo. Me gustaba su olor. Al final lo besaba sí, pero sólo porque mis labios lo rozaban involuntariamente. Mi nariz no es tan grande – bromeó, mientras disimulaba en vano una lágrima.

- ¿Lo amas? - preguntó Karl, pasándole un pañuelo.

- Gracias. Pues fijate tú – el ‘tú’ le costaba mucho, dado su país de origen – que yo creo que uno ama siempre. A veces, uno ama un poco más. Fue sólo eso, Karl. Fue un simple ‘un poco más’.

- No te creo. ¿Me amas a mí, por ejemplo?

- ¡Claro que sí! - contestó, al tiempo que largaba una carcajada.

El cuarto cigarro ya no sabía a nada, pero él se había acostumbrado a que ni el dolor doliese. Bruckner llegaba al éxtasis y él, adormecido, seguía sonriendo. Pensó en ella, pero por accidente.
Descartó cualquier posible sentimiento, él podía hacerlo. ¿Ella no? Pues ése era entonces su problema, no el suyo. Ella se iría y él tal vez la recordase; no se lo negaba a él mismo. Prefería pensar en los gatos, porque los gatos jamás le cuestionaban nada. Ella era emocionalmente violenta, visceralmente ruidosa. Ella se iría y él volvería a estar con los gatos, sólo con los gatos, que al igual que él, la querían. Ella se sentía cómoda con los gatos, porque los gatos jamás se cuestionaban nada.

Karl chequeó el reloj y la miró con apuro.

- Tu vuelo sale de Munich en cuatro horas, ya deberíamos estar en la estación de tren.

- Dame cinco minutos, Karl.

Karl salió de la casa con su equipaje y la esperó en el auto. Ella se vistió rápidamente con lo que había apartado (y con la camisa de él aún puesta) y tomó a los gatos, que la seguían ahora en cada movimiento, como intuyendo lo obvio. Los besó, los abrazó y lloró. Aún después de cerrar la puerta, los vio a través del vidrio. Se alejó un poco y miró la casa por última vez. Subió al auto y sólo entonces él salió de su habitación, que apestaba a humo.


Non, rien de rien.


viernes, 6 de febrero de 2015

Mi tortura

Justo ayer escribía sobre las pesadillas que tenía al fingir dormir con vos.
Justo ayer escribía e, ironía mediante, me quedé dormida.
Y volviste a mis pesadillas, a despertarme en la madrugada,
a desahuciarme, a quebrarme, a romperme, a usarme y olvidarme,
a matarme.
Volviste a no volver, a no aparecer, a callar, a mirar para otro lado.
Volviste a mis pesadillas, que se parecen demasiado a mis recuerdos.
Volveré yo entonces a fingir dormir.


jueves, 5 de febrero de 2015

Hipótesis

Yo me hacía la dormida y aun así, tuve pesadillas.  Despertaba (¿despertaba?) empapada: de las sábanas, de la calefacción exagerada, de vos. Podría haber muerto ahí mismo, ¿sabés? Podría haber muerto a tu lado - ten a bien quitar toda connotación romántica a esta última frase, me estoy refiriendo a un mero caso hipotético que ya no fue.
De hecho, me podría haber muerto en cualquier punto de nuestra historia: aburrida como vos, insignificante como vos. Bien podría haberme muerto, pero tanto mejor era que te murieses vos.

¿A quién culpamos, entonces? ¿Al comunismo, a las drogas, al gobierno, al destino? Yo elijo culparte a vos.  Y al gobierno. Y al destino. Y a dios. Pero no creo en los últimos tres.

Bien podríamos habernos amado - ¡imagina tal aberración! O fingido. Yo sí creo que podríamos haber fingido, que no costaba nada, o que costaba mucho menos que todo lo que sí costó. Bien podríamos haber fingido ¿sabés? A mí no me costaba nada hacerme la dormida cuando me hacía la dormida con vos. ¿Por qué no fingimos, entonces, los dos?

¿Sabés cuál es el problema ahora? Que para mí es demasiado temprano. Que el tiempo no pasa o el tiempo no para, pero el tiempo siempre está haciendo algo que te aleja, que te barre, que te escupe y te asesina. El tiempo es una pesadilla que existe sin que nadie lo sueñe cuando finge dormir.

Hoy, el más preciado de mis recuerdos, de nuestra historia juntos (''juntos'', entre comillas) es todo lo que bien pudo haber sido y que por tu pura cobardía no fue; todo lo que soñé que fuimos mientras me hacía la dormida.




05

Desearía que me amaras. Sólo así podría dejar de amarte.

Separados pero revueltos.


Todos los poemas, todos los poetas,
una vida entera para conocerte, para amarte
para olvidarte y volverte a conocer;
para cargar mi cruz y la tuya,
que es la cruz del mundo entero,
esa cruz que nadie más pudo cargar.



Todas las noches, pero esta noche,
esta noche que se sumerge en un grito mudo y desesperado
que más que grito, es llanto,
que más que llanto, es voz
que más que voz, es la voz tuya.


Todas las noches con poetas,
que son el absoluto de las noches de la historia,
desde siempre sin vos, desde siempre conmigo,
pero a cuestas tu nombre, pero a cuestas la vida,
hoy te amo de noche, hoy te amo en poesía.