El mundo es un lugar extraño y
empequeñecido. Lo empequeñecieron los libros y los aviones –
tengo una evidente obsesión por ambos.
¿Qué lo hace así de extraño? Nosotros, sus habitantes.
¿Qué lo hace así de extraño? Nosotros, sus habitantes.
Él se llamaba Hugo y yo por entonces me llamaba Daphne.
Al pasar la colina, y hacia la
izquierda, justo detrás de la única cabaña que daba al río, vimos
a Kaira, que no nos esperaba sino hasta las ocho. Hugo y yo
caminábamos rápido.
Adentro, Ricardo preparaba el fuego. La mesa ya estaba servida. Habían pasado veinte de las siete.
Kaira se había casado con Ricardo hacía ya un año, justo después de divorciarse de Hugo – con quien yo jamás me casaría. Yo jamás me casaría.
Durante la cena hablamos de la economía, de las elecciones, del cambio climático y de las virtudes que concedía al Hombre la mortalidad.
Pagliacci, dije, me conmovía siempre. Kaira estuvo de acuerdo y Ricardo encendió una pipa vieja, que seguramente habría heredado o comprado en la tienda de antigüedades rusa (la única del pueblo). Hugo no dijo nada porque él sólo hablaba de sí mismo.
¿Klimt o Kandinsky? Bueno, a Klimt - le dije a Kaira - sólo lo podés comparar con Klimt, pues ni siquiera Schiele... ''¡Sería como comparar a Monet con Rembrandt!'', exclamó Ricardo.
Hugo no dijo nada porque él sólo hablaba de sí mismo y aseguraba no entender el Arte.
Discutimos sobre la objetivización del ser y la antropomorfisación de lo insulso e inerte en la Literatura, llegando a la alienación y la despersonificación (Kafka, claro está). Todos temíamos, por ese entonces, despertarnos siendo una cucaracha. Menos Hugo, que sólo tenía miedo de sí mismo.
Kaira servía más vino y quizás nos salteamos el postre, que era un strudel de manzana con pasas (nunca entendí por qué no sustituyen las pasas con nueces, que son mucho más amigables) Pero quizás alguien probó el postre - seguramente Hugo.
Ricardo, aún detrás del humo, habló de la decadencia de The New Yorker. Yo (cuando era Daphne) conocí a su editor en jefe y me alteré mucho ante tal observación. Kaira vertió un manto de piedad (de vino) en nuestros vasos. Yo dije algo de Warhol, de Nico y de los planos estilizados y espaciosos de Michelangelo Antonioni. ''Antonioni es un director italiano que quiere ser, a cualquier precio, un director italiano'' - bromeé. Todos rieron, con excepción de Hugo, que nunca reía.
El mundo es un lugar extraño en el que se toma mucho vino.
Adentro, Ricardo preparaba el fuego. La mesa ya estaba servida. Habían pasado veinte de las siete.
Kaira se había casado con Ricardo hacía ya un año, justo después de divorciarse de Hugo – con quien yo jamás me casaría. Yo jamás me casaría.
Durante la cena hablamos de la economía, de las elecciones, del cambio climático y de las virtudes que concedía al Hombre la mortalidad.
Pagliacci, dije, me conmovía siempre. Kaira estuvo de acuerdo y Ricardo encendió una pipa vieja, que seguramente habría heredado o comprado en la tienda de antigüedades rusa (la única del pueblo). Hugo no dijo nada porque él sólo hablaba de sí mismo.
¿Klimt o Kandinsky? Bueno, a Klimt - le dije a Kaira - sólo lo podés comparar con Klimt, pues ni siquiera Schiele... ''¡Sería como comparar a Monet con Rembrandt!'', exclamó Ricardo.
Hugo no dijo nada porque él sólo hablaba de sí mismo y aseguraba no entender el Arte.
Discutimos sobre la objetivización del ser y la antropomorfisación de lo insulso e inerte en la Literatura, llegando a la alienación y la despersonificación (Kafka, claro está). Todos temíamos, por ese entonces, despertarnos siendo una cucaracha. Menos Hugo, que sólo tenía miedo de sí mismo.
Kaira servía más vino y quizás nos salteamos el postre, que era un strudel de manzana con pasas (nunca entendí por qué no sustituyen las pasas con nueces, que son mucho más amigables) Pero quizás alguien probó el postre - seguramente Hugo.
Ricardo, aún detrás del humo, habló de la decadencia de The New Yorker. Yo (cuando era Daphne) conocí a su editor en jefe y me alteré mucho ante tal observación. Kaira vertió un manto de piedad (de vino) en nuestros vasos. Yo dije algo de Warhol, de Nico y de los planos estilizados y espaciosos de Michelangelo Antonioni. ''Antonioni es un director italiano que quiere ser, a cualquier precio, un director italiano'' - bromeé. Todos rieron, con excepción de Hugo, que nunca reía.
El mundo es un lugar extraño en el que se toma mucho vino.