Yo me hacía la dormida y aun así, tuve pesadillas. Despertaba (¿despertaba?) empapada: de las sábanas, de la calefacción exagerada, de vos. Podría haber muerto ahí mismo, ¿sabés? Podría haber muerto a tu lado - ten a bien quitar toda connotación romántica a esta última frase, me estoy refiriendo a un mero caso hipotético que ya no fue.
De hecho, me podría haber muerto en cualquier punto de nuestra historia: aburrida como vos, insignificante como vos. Bien podría haberme muerto, pero tanto mejor era que te murieses vos.
¿A quién culpamos, entonces? ¿Al comunismo, a las drogas, al gobierno, al destino? Yo elijo culparte a vos. Y al gobierno. Y al destino. Y a dios. Pero no creo en los últimos tres.
Bien podríamos habernos amado - ¡imagina tal aberración! O fingido. Yo sí creo que podríamos haber fingido, que no costaba nada, o que costaba mucho menos que todo lo que sí costó. Bien podríamos haber fingido ¿sabés? A mí no me costaba nada hacerme la dormida cuando me hacía la dormida con vos. ¿Por qué no fingimos, entonces, los dos?
¿Sabés cuál es el problema ahora? Que para mí es demasiado temprano. Que el tiempo no pasa o el tiempo no para, pero el tiempo siempre está haciendo algo que te aleja, que te barre, que te escupe y te asesina. El tiempo es una pesadilla que existe sin que nadie lo sueñe cuando finge dormir.
Hoy, el más preciado de mis recuerdos, de nuestra historia juntos (''juntos'', entre comillas) es todo lo que bien pudo haber sido y que por tu pura cobardía no fue; todo lo que soñé que fuimos mientras me hacía la dormida.
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