Salió corriendo hacia algún lado, como todos nosotros. Su andar era torpe. Su voz débil. Cuando finalmente callaba, su mirada aturdía. Hay veces en las que la vida y la muerte se disputan en el agua que reposa entre dos adoquines: así contempla uno la realidad, casi pasivo, casi inerte.
Él era uno de nosotros antes de echarse a correr. Los que no tienen Norte yacen en las trincheras del azar caprichoso y mezquino. Pero el capricho y la mezquindad eran sinónimo de libertad esa noche.
¡Dijo un nombre! ¡De mujer! Sus lágrimas se confundieron entre la lluvia. Sus manos temblaron evidenciando traición.
Oscuridad y silencio, caminos, deseo, sed, muerte ¡él quería ser viento esa noche!
Su sombrero y su sobretodo gris lo disfrazaban de uno más. ¿Otro bar de esquina quizá? Otro escocés, otra anestesia efímera que nuble las amarguras. Sí. Quizás. ¡Pero no! No podía parar. Corría gritando el nombre de esa mujer. Mujer que tal vez lo amó. Mujer que tal vez vestía muchas prendas negras. Mujer demasiado madre tal vez. Mujer que tal vez frecuentase parroquias. Mujer de todos y de nadie, así era ella: tan blanca inmaculada, pura y risueña. ¿Cómo pudo él... ? ¿Justo él? ¡Con ella!
¿Y otra oportunidad? ¿Y volver a empezar? ¡No! Él sabía muy bien que en situaciones críticas la esperanza es contraproducente. ¿Teñirse de feliz, en otro tiempo y otro sitio? ¡No! No hay lugar en el mundo ni en la Historia para el hombre que huye de la infamia que muestran sus espejos.
Y así, a propósito y sin querer, el anti-héroe se sentó en el cordón de una vereda. Pensó en todas las madres y en todos los hijos y en todos los vientres y en todas las parteras. En la ironía de nacer con un cordón que se convierte en lazos, en cadenas. ¿Mujer? ¿Era ella mujer? ¿Una madre es mujer? Quiso estar allí dentro otra vez, en ese rosa pálido y cálido. ¡Era mujer! ¡Y el era hombre!
Sacó una libreta vieja de su bolsillo, en cuyas espirales se aseguraba una lapicera. ¿Unas últimas palabras, hombre eros? ¿Un esbozo? ¿Un consejo? ¿Un recuerdo?
El mundo era él. El Universo. Los hombres y las mujeres y los niños. ¿A quién escriben, antes de morir, los poetas?
Y allí, con frío y en su estertor, descubrió que no era su vida, sino su muerte, su opus magnum.
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