lunes, 26 de enero de 2015

Al cielo lo cortan los aviones.





Asumiré que sos sólo una persona en un aeropuerto (just someone at some airport) y que nos vemos, y que vos tenés tres horas de espera y yo tengo cuatro y que interrumpís mi lectura y que hablamos del libro que leía y de su autor y de cómo lo conociste en una conferencia. Después nos contamos de nuestras respectivas horas de espera.

Me preguntas si he comido algo y yo te miento, pero vos te das cuenta de mi mentira y me traés un capuccino y un muffin – you’re just a bloke at some airport. Nunca te pregunto adónde vas, porque sé que iría con vos.

Esa es la historia de nosotros y de cómo nos amamos tres horas en un aeropuerto.
Tus maletas eran extrañas y las mías estaban rotas. Hablamos un rato de ello, si mal no recuerdo.

Te conté parte de mi propia historia, te conté de aquella vez que estaba en un aeropuerto, que no era éste, que era otro, y que alguien se me acercó y me preguntó si iba a París, y le dije que no, y me preguntó por qué, y que me lo cuestioné todo el viaje. ¿Por qué no fui a París? No sé, quizás es porque no me gusta.

Vos me contaste otra historia; estabas en un aeropuerto, que no era éste, que era otro, y que ayudaste a una señora en silla de ruedas, y que en agradecimiento te ofreció unos cuantos euros que no quisiste aceptar, y que insistió, y que te compró, a cambio, una de whisky. Así fue que supe que no te gusta el whisky.

Caminamos hacia un café porque a nadie le gusta esperar y decidimos que yo llevaría tus maletas extrañas y vos llevarías mis maletas rotas.
Hablamos de una película que nos gustó mucho e hicimos referencia al mismo plano, del tipo tirado en la cama, fumándole a la cámara. Yo te dije que fumar en la cama es una cosa muy onettiana, pero resultó que vos nunca habías leído a Onetti y eso, no sé, tal vez sentí algo en ese momento.

A la moza le hablaste vos porque yo no manejo ese idioma y hablaron, y hablaron y yo me levanté, fui al baño, y me depilé, y cuando volví vos no entendiste nada pero lo importante para mí era que todavía estabas ahí, que no habías ordenado nada aún porque aseguraste no poder leer mi mente, no saber lo que puedo querer o no. Te recordé lo del capuccino y lo del muffin y me dijiste que eso era diferente.

Me contaste de la conferencia en la que habías conocido al autor del libro que estaba leyendo antes de enamorarme de vos y en realidad no escuché nada de lo que dijiste porque supe entonces por dónde venía la mano. Creo que mencionaste que había sido en Moscú. En Moscú o en New York, en verdad no te presté atención y por ello me disculpo. Vos igual hablaste mucho porque vos hablas mucho, pero sólo si es de vos mismo.

Y ahí las peleas, las discusiones. A vos no se te puede decir nada. Y a mí tampoco. Que yo me quise ir con un tipo a París, porque vos sabías que yo quería, y que el tipo se parecía al actor que le fumaba a la cámara. Cualquier cosa me dijiste. Pero vos habías hablado con la moza por veinte minutos o más, y yo vi cómo la mirabas, y la tocaste, yo ya había pasado por eso. No sé, de repente es como si hubiese recorrido todos los aeropuertos del mundo, y que siempre te veía, me veías, y vos con tus maletas, y yo con las mías, queriendo compartir cargas que eran o tuyas o mías, y que nunca fueron nuestras, pero sobre todas las cosas, que siempre fueron cargas.

Me quise ir y me pediste que me quedara. Te quisiste ir y me puse a llorar.

- ¿Siempre será así entre nosotros? - preguntaste.
- Sí. No. Algún día dejaremos de irnos – te dije.
- No. Nunca.
- Yo igual te quiero, a veces. Sobre todo de mañana, al mediodía se me pasa – te confesé.

- ¿Viste? Cuando yo te quiero es más bien de noche, alrededor de las diez. Nunca pienso en vos de día – me dijiste.

Y vos te fuiste. Pero antes me dijiste que cuando me compraste el libro que leía (cuyo autor conociste en una conferencia en Moscú o en New York) hacía ya seis meses, jamás pensaste que demoraría tanto en leerlo.

- Pasa que sólo lo leo en los aeropuertos – me excusé.

Y vos te fuiste.